Michael Waldstein

Michael Waldstein. «Giussani, Un hombre vivo»

De su tesis sobre Von Balthasar a su encuentro con la comunidad de CL. En "Huellas" de marzo, el biblista Michael Waldstein cuenta: «Había estudiado mucho el cristianismo, pero el criterio para entenderlo es la vida»
Luca Fiore

«El mayor regalo que he recibido ha sido nacer. Pero el encuentro con don Giussani es un don inesperado que me sigue alimentando». Michael Waldstein nació en Salzburgo (Austria) hace 67 años. Lleva toda la vida estudiando y trabajando en Estados Unidos, donde estudió Filosofía y Sagrada Escritura. Es uno de los grandes expertos en el evangelio de Juan y fue uno de los peritos en los sínodos sobre Eucaristía y Palabra de Dios, convocados por Benedicto XVI, que le nombró miembro de la Pontificia Academia de santo Tomás de Aquino. Después de dar clase en Notre Dame, actualmente trabaja como biblista en la Universidad Franciscana de Steubenville, en Ohio. Su encuentro con Comunión y Liberación se remonta a los primeros años ochenta en Roma, donde llegó para estudiar en el Pontificio Instituto Bíblico.

¿Qué pasó?
Tenía 27 años, estaba escribiendo una tesis de doctorado en Filosofía sobre la belleza en el pensamiento del teólogo suizo. Pero donde estudiaba, en Dallas, no había nadie que conociera bien el tema. Así que escribí directamente a Balthasar, que me indicó dos personas que estaban en Roma: el actual cardenal Marc Ouellet y el teólogo jesuita Jacques Servais. Este último fue quien me llevó a una misa en Santa Maria en Trastevere. Me dijo: «Voy a presentarte a un grupo de gente cercana a Balthasar…». Me llevó a una misa de la comunidad de CL.

Suiza 1971, don Giussani junto a Hans Urs von Balthasar y Angelo Scola (©Fraternità CL)

¿Qué vio allí?
Me impactó la atmósfera, una celebración muy cuidada, los cantos, una homilía conmovedora de don Giacomo Tantardini. Pero lo que vi luego, a la salida, fue lo que más me sorprendió: mucha gente de mi edad, gente joven. Nunca había visto nada igual. Allí conocí al filósofo Massimo Borghesi, del que me hice muy amigo. Me preguntaba qué podía originar un fenómeno tan vivo. Quería conocer a don Giussani.

¿Cuándo lo conoció?
Borghesi me llevó a conocerlo enseguida, una vez que vino a Roma. Me causó una impresión increíble. No era como muchos intelectuales que suelen perderse en discursos relativamente interesantes. Era un hombre vivo. Justo antes de volver a Estados Unidos tuve la oportunidad de hablar con él y me dijo que algunos jóvenes de CL irían a estudiar a Nueva York, Washington y Boston. Me ofrecí para ayudarles a encontrar casa. Cuando llegaron, nos hicimos amigos y empezamos a hacer juntos la Escuela de comunidad. Luego conocí mejor a Giussani cuando vino personalmente a Estados Unidos. Como sabía italiano, me pidieron que le hiciera de intérprete.

¿Cómo fue la experiencia?
Maravillosa. Me sentaba a su lado, le escuchaba hablar y repetía en inglés lo que acababa de decir. La impresión que me causó la primera vez se hacía cada vez más profunda. Me enamoró, no sabría usar otra expresión para describir lo que me pasó.

Luego se fue a Harvard.
Sí, un ambiente complicadísimo, muy hostil al catolicismo. Mientras tanto no solo leí los textos propuestos en la Escuela de comunidad, sino todo lo que conseguía de don Giussani. La amistad con gente del movimiento y su figura fueron una gran ayuda para mí. Había estudiado mucho el cristianismo, pero el criterio para entender –en teología– es la vida. Jesús no escribió nada. Dio vida a una comunidad de personas que luego se extendió a lo largo de la historia. Si nos quedamos en los estudios, no es fácil entender que este es el aspecto decisivo del acontecimiento de Cristo.

Usted ha dedicado sus estudios sobre todo al evangelio de Juan.
Sí, en el Biblicum de Roma fui alumno de Ignace de la Potterie, gran biblista belga que estuvo varias veces en el Meeting de Rímini. Fue un grandísimo intérprete del evangelio de Juan. Pero Giussani me abrió a una manera distinta de leerlo. Primero está el anuncio de Juan el Bautista: «Este es el Cordero de Dios». Es una expresión muy misteriosa. Pero luego, como explica Giussani, el propio Jesús pregunta: «¿Qué buscáis?». El punto de partida es el deseo que había en el corazón de esa gente. Cristo parte de ahí. Luego está su pregunta: «¿Dónde moras?». El verbo griego ???e?? (mènein) es importantísimo en Juan. También se traduce como “¿dónde duermes?”, “¿dónde vives?”. Y cuenta el apóstol que «se quedaron con él aquel día; era como la hora décima».

¿Qué le llamó la atención de lo que decía Giussani?
Es como una pareja que, después de muchos años, recuerda el momento preciso de su primer encuentro. Yo recuerdo perfectamente el día que vi por primera vez a mi mujer. La precisión de la memoria muestra la importancia de un evento en la vida de una persona. Esta manera que tiene Giussani de leer el evangelio fue decisiva para mí. Era algo nuevo, aunque no hacía más que mostrar lo que ya había en el texto. Pero era como si su enfoque permitiera que esas palabras pudieran cobrar vida también para mí.

¿Lo hicieron?
Desde entonces, en todas las ciudades donde he trabajado, siempre he buscado una comunidad de CL y he intentado participar de su vida. Unas veces más y otras menos. Pero después de periodos de relativa lejanía siempre volvían a acogerme. A los periodos del “menos” seguían los del “más”.

¿Qué actualidad tiene para usted el pensamiento de Giussani?
Si vemos la dirección en la que va la financiación de la investigación en este momento histórico, vemos que lo que predomina son las ciencias naturales: física, química y medicina. Es una manera de pensar que hunde sus raíces en Descartes y Bacon, donde domina el deseo de poder sobre la naturaleza para mejorar la vida humana. Desde esta perspectiva, la reina de las ciencias es la mecánica, que es una disciplina matemática. Por naturaleza, las matemáticas no toman en consideración el bien, la belleza ni el deseo. De modo que el dato de la naturaleza se convierte en un objeto neutral, sobre el cual el hombre ejerce cada vez más poder. Es como una pantalla en la que se proyectan deseos, ideas de belleza y de justicia, pero que carecen de significado en sí mismas. El hombre no tiene una naturaleza propia. Es una máquina mecánica y química que se desarrolla casualmente sin significado. El significado se proyecta en esa pantalla y la libertad del hombre consiste en esa proyección.

¿Y qué dice Giussani a todo esto?
Él pone el acento en vivir la vida en plenitud, «vivir intensamente la realidad», porque ahí está el significado. Lo bueno, lo justo y lo bello no están fuera del ser. Aunque el pensamiento dominante sugiere que son subjetivos. Ahora, en plena pandemia, el poder del enfoque de las ciencias naturales parece debilitarse. La medicina, que ha alcanzado conquistas gloriosas, parece que ya no es capaz de dar respuestas. Sí, hay vacunas, que son un invento estupendo, una meta muy importante de nuestro poder sobre la naturaleza. Pero al mismo tiempo hemos visto lo insuficientes que son las conquistas de la ciencia. Nos sentimos impotentes y ese es un sentimiento que paraliza a muchos. En cambio, para Giussani la vida siempre se puede vivir en plenitud y con alegría porque Cristo es el verdadero salvador del mundo. Aun con una sensación de impotencia, el cristiano sabe que la redención existe; mediante la cruz, pero existe.

Es una manera distinta de usar la razón.
Vivir la realidad en plenitud es razonable. Concebir de manera adecuada qué es la razón también depende de la experiencia del acontecimiento de Cristo. La razón es apertura total, plena, sin límites preconcebidos. La reducción cientificista es uno de esos preconceptos. En el debate filosófico americano se habla mucho del “argumento del relojero”, que dice que si concebimos el mundo como un reloj no podemos creer que exista un diseñador, es decir, un Dios que lo haya concebido. Desde el punto de vista estrictamente científico no se sostiene porque si explicamos el mecanismo que regula el funcionamiento de los cuerpos hasta el nivel de las partículas subatómicas, no hace falta postular a un diseñador. La física no necesita a un relojero. Sin embargo, si pensamos en un reloj de verdad, resulta curioso no pensar en la existencia de un relojero que lo diseñe y lo construya. No sería razonable. El problema no son las reglas de la física, sino pretender que sean suficientes para explicarlo todo.

Benedicto XVI diría que hay que «ensanchar la razón».
El éxito de la ciencia es fabuloso, no es negativo en absoluto. Ahí también hay mucha verdad. Pero no se puede reducir todo a mecanismo. Lo que me sorprende en Giussani es su deseo de no excluir nada. En La República de Platón, Sócrates dice que llamamos filósofo, amante del conocimiento, a aquel que acoge todo lo que existe. Este enfoque es de vital importancia en el discurso público actual y en la educación.