El Salvador. Todo ha nacido del sí del inicio

En el avión que le sacó de su país, Carlos lloraba y temblaba de miedo. Trece años después, descubre sorprendido todo lo que Dios ha hecho con aquel frágil sí. «Si comes, si bebes, si vives, estás haciendo misión»
Carlos Fernández

Desde que llegué a El Salvador en abril de 2006 he experimentado en primera persona que el acontecimiento cristiano se hace presente a través de todo bautizado, independientemente de que uno lo planifique o de cualquier precariedad puntual de nuestra fe. Como ha dicho Julián Carrón en más de una ocasión, «si comes, si bebes, si vives, estás haciendo misión». Durante todos estos años puedo constatar que el Señor ha utilizado mi persona como instrumento para hacerse tangible, especialmente en mis momentos de mayor fragilidad humana, donde no queda espacio para la soberbia, para evadir la tentación de pensar que las cosas suceden por nuestra capacidad o nuestro esfuerzo.

Como tantas cosas en la vida, especialmente las más importantes, las decisiones que marcan un antes y un después parten de una simple propuesta de alguien de quien te fías. En mi caso, una propuesta laboral de CESAL para El Salvador, hace casi 14 años, a la que dije sí con mucho miedo e inseguridad pero con una promesa innegable de que había algo importante que me estaba esperando. Y lo anterior no es solamente una forma de expresarme, lloré en el avión de tristeza y de miedo. Pero muchos de mis amigos me habían animado a hacerlo, a dar el paso radical que ellos percibían que necesitaba, y yo no podía hacer otra cosa que bajar la guardia pues siempre me había ido bien cuando me fiaba de ellos.



Yo sentía que solo iba a trabajar, no lo percibí desde un principio como una misión porque estaba tan aturdido que me costaba mucho pensar en otra cosa que no fuera instalarme y “sobrevivir”. Sin embargo fue mi propia necesidad de tener personas que me acompañasen a hacer la Escuela de comunidad lo que empezó a generar un grupo de amigos. Fue precisamente esa avidez de compañía la que me hacía estar más atento a lo que tenía a mi alrededor, para abrazar y proponer como nunca antes había hecho. A pesar de mis temores, yo me daba cuenta de que era mi lugar desde el principio porque todo fluía, las relaciones eran fecundas y a cada paso se esbozaba una vida nueva y atractiva. Todo eso a pesar de que El Salvador no es precisamente un lugar que da una buena primera impresión por su violencia social y desigualdad.

Pero, aunque a veces apriete, Dios te lo pone fácil cuando lo necesitas. Por ejemplo, el primer rostro que me encontré en el país, en la misma puerta de embarque dentro del aeropuerto, cuando más lo necesitaba, fue el de mi compañero de CESAL en Honduras, José R. Parmo. Desde ese momento su amistad ha sido uno de los pilares desde el que se ha sostenido esta aventura. O cuando una religiosa que conocía el movimiento me dijo que tanto ella como el resto de las hermanas llevaban tiempo rezando para que alguien de CL llegara al país. ¿Quién reza por uno sin ni siquiera conocerle? Es de otro mundo. Por el camino numerosos encuentros con personas de todos los ámbitos que te marcan y que quedan marcadas por Aquello que portamos.



Durante todos estos años he aprendido muchas cosas. Una de las más importantes es que la vocación no es otra cosa que seguir a Jesús, quizá algo obvio para muchos pero que para mí supuso un gran desafío. Muchas veces interpretamos que la vocación es la concreción del camino –sacerdote, casado–, algo realmente importante porque representa la modalidad concreta de vida que tiene preparada para ti, para que sea un poco menos fatigoso seguirle. Pero no, ese es uno de los regalos que Él te da. La vocación es el camino mismo. Aunque después han llegado mi esposa y mis hijos como una gracia impensable al principio de la aventura, todo sucede a partir de un sí al principio de todo, que ha ido renovándose permanentemente.

Después de esta parte de mi vida tan importante en El Salvador, cuando ya empieza a asomar en el horizonte la posibilidad de regresar a Madrid, me doy cuenta de que la misión continuará allí donde esté, como una sobreabundancia de lo que me ha acontecido, que hace transparente su Presencia aun sin pretenderlo, cuando rebasa sobre mi humanidad.