Foto Unsplash/Bernd Dittrich

Para no habituarse a las bombas

Un profesor, un alumno “herido” por la guerra en Ucrania y un documental premiado en los Oscar que es como “un puñetazo en el estómago”, pero que reaviva los llamamientos del Papa por la paz

Este año, en uno de los colegios donde doy clase, un alumno propuso ver el documental ganador del Oscar 20 días en Mariupol motivando así su propuesta: «Creo que nuestro centro, por pequeño que sea, tiene el deber de hacer todo lo posible para que la trágica situación del pueblo ucraniano no quede sepultada bajo una costra de indiferencia y cinismo».

Me impactaron mucho esas palabras porque en cierto modo el manifiesto de la Compañía de las Obras sobre las elecciones europeas y la paz apela justamente al riesgo de la indiferencia y la costumbre ante una guerra tan cercana.

La reacción de alumnos y profesores fue variada. Para algunos las imágenes eran demasiado crudas y prefirieron no verlo, otros muchos secundaron la propuesta, que supuso un auténtico puñetazo en el estómago, y no pudieron contener las lágrimas, entre los que me incluyo, ante la muerte de Evangelina, con solo cuatro años, o de un chaval de 16 al que le cayó una bomba cuando estaba jugando un partido de fútbol con sus amigos. Nos hemos acostumbrado a ver las bombas y los misiles por televisión, pero «ver sus consecuencias es otro cantar», decía un alumno.

En mí resonaban con fuerza las palabras del Papa: «Que cesen cuanto antes las hostilidades que causan inmensos sufrimientos».

En los años 90, cuando tenía 18, estuve en Eslovenia visitando al padre Vinko Kobal, que acompañaba a refugiados de la guerra en la antigua Yugoslavia. Me quedé impactado por la cantidad de niños que había. Ahora tenemos la guerra al lado y es como si nos hubiéramos habituado. ¿Es posible habituarse o quedarse indiferente ante la muerte de niños en Gaza, Rafah o Mariupol?

Al final, hasta el manifiesto de la CdO podemos acabar reduciéndolo a una cuestión electoral. Sin embargo, lo que está en juego es mucho más: mi humanidad. Me ha ayudado mucho el texto de Escuela de comunidad, el punto 3 del capítulo 7, que habla de la alienación, cuando pone el ejemplo de Churchill y el riesgo de que el hombre viva dominado por las ideologías, programando hasta lo que debe pensar y sentir. Dice don Giussani: «La política de hoy está gobernada por este tipo de cultura en todo el mundo. Por eso es necesaria una revolución en defensa del ser humano, y esta solo puede tener un signo: el signo religioso, el auténticamente religioso; y, por lo tanto, en primera línea, el cristiano auténtico».

Es sorprendente ver cómo podemos caer continuamente en esta alienación, en esta indiferencia que es hija de un poder que nos habitúa incluso a pensar que producir armas y entregarlas en lugar de ayuda humanitaria es lo más normal, como dice este documental. La guerra en Ucrania existe desde hace diez años, ¿alguien se había dado cuenta?

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Yo también me doy cuenta de lo lejos que estoy de lo que nos pide el Papa continuamente: la paz como única solución. Pero también me sorprende que el trabajo de la Escuela de comunidad y la propuesta sencilla de un alumno puedan sacarme de esa alienación, volviendo a despertar en mí esas preguntas fundamentales que me ponen en camino hacia la verdad, el bien y la justicia. Como dice el manifiesto, «ahora, el estallido de nuevas guerras y la carrera armamentística vuelve a ponernos trágicamente delante del riesgo que corremos. Si la guerra se prolongara, asistiríamos al fracaso definitivo e inapelable del proyecto de la Unión, atentando así contra el futuro de toda la familia humana, como repite continuamente el Papa Francisco. Aunque solo aceptar esta hipótesis como posible o incluso probable contradice el fundamento ideal sobre el que se construyó Europa».

Veo que algo debe cambiar, lo que está en juego no son solo las elecciones europeas, sino la defensa de lo humano.
Domenico, Cesena (Italia)