Encuentro de la CdO en el Opiquad Arena de Monza

Por una Europa que se ponga “en medio”

Un diálogo sobre el documento de la Compañía de las obras dedicado a las próximas elecciones europeas. Con Maximo Ibarra, Andrea Simoncini, Massimo Camisasca, Mario Mauro y Andrea Dellabianca
Maurizio Vitali

En el Opiquad Arena de Monza, el 13 de mayo, presencialmente y en conexión desde quince puntos de encuentro en toda Italia, se celebró un debate organizado por la Compañía de las Obras de cara a las próximas elecciones al Parlamento Europeo del 8 y 9 de junio. El punto de partida es el documento titulado Elecciones europeas 2024. Por la paz, un horizonte ideal, un documento ágil que llama poderosamente la atención sobre lo que está realmente en juego: no detalles o simples opciones opinables dentro del juego político, sino el destino y el sentido propios de Europa y de la Unión Europea. La «opción entre ser ella misma o desparecer de la historia del mundo», como resumió dramáticamente monseñor Massimo Camisasca, obispo emérito de Reggio Emilia, que intervino junto a Andrea Simoncini, director del departamento jurídico de la Universidad de Florencia, Maximo Ibarra, ceo de Engineering, y Mario Mauro, exvicepresidente del Parlamento Europeo y ministro de Defensa en el Gobierno Monti. Moderaba la periodista Giulia Cazzaniga y cerró el acto Andrea Dellabianca, presidente de la CdO. En el auditorio había también varios candidatos: no para tomar la palabra y hacer campaña, sino para escuchar y acaso atesorar lo que oían.

El documento de la CdO tiene dos ejes centrales, dos urgencias a las que responder para salir de la confusión en que se encuentra la UE: el objetivo de la paz y el valor de la persona en una Europa de comunidades y pueblos, como ilustró Simoncini.



Paz y democracia real

La paz no es un ideal abstracto o un objetivo entre otros muchos, «es la razón social por la que nació Europa. Desde hace décadas se difunde la idea a modo de fake new de que Europa nació con la finalidad de convertirse en un mercado de mercancías y capitales». Los padres fundadores, Schuman, Adenauer y De Gasperi (¡todos Siervos de Dios!) estaban convencidos de que la economía era un medio, una condición. Se ponía en común el carbón y el acero no por una estrategia de negocio sino para transformar materias primas de la guerra en una contribución hacia el desarrollo. Según Simoncini, «hablar de paz como horizonte ideal es todo menos abstracto, y ese será el primer punto de la agenda de trabajo del nuevo parlamento europeo».

En cuanto a la Europa de los pueblos por una democracia real, nadie puede negar que hoy la democracia está en crisis en todo el mundo, y en Occidente sufre un proceso de erosión y empobrecimiento. ¿Pero qué democracia? La que se basa «en el reconocimiento de la dignidad absoluta de toda persona, y en el derecho a participar en las decisiones que le afectan». Hay otra idea de democracia, coja e inadecuada, que la concibe como mero procedimiento de decisión por mayoría. Entre otras cosas, este tipo de “democracia” es lo que incita a la desafección, la abstención y la antipolítica.

El problema político que se plantea, según Simoncini, es entonces «cómo reconciliar la actividad de la UE y sus instituciones con una democracia constructiva, pluralista y participativa». Dentro del horizonte de una Europa plural, de pueblos y culturas que no desaparecen en virtud de una uniformidad forzosa. Por lo demás, a diferencia de otros continentes, Europa no existe por evidencia geográfica, sino por su peculiaridad histórica y cultural, desde el logos griego al cristianismo y la Ilustración, que han forjado una concepción original de la persona, la comunidad, la ciencia, la libertad, la democracia.

El milagro de la posguerra y un llamamiento a una nueva generación de políticos

“Milagro” es la palabra exacta que usó monseñor Camisasca para designar la concepción y el nacimiento de la comunidad europea. Porque la historia milenaria de Europa es una historia milenaria de guerras. En este punto, el prelado enumeró un listado –esencial pero impresionante– de conflictos que han ensangrentado Europa, una secuencia ininterrumpida de guerras desde los romanos hasta el Rin y el Danubio en las dos guerras mundiales. Guerras que siempre acababan, como es normal, con una paz donde el vencedor dictaba las condiciones que los vencidos no tenían más remedio que aceptar.

«Así fue también al final de la Segunda Guerra Mundial –señaló Camisasca– cuando los imperios vencedores se repartieron el mundo». Pero justo después apareció una excepción “milagrosa”, absolutamente inédita y hasta entonces inconcebible: una operación de paz cuyos protagonistas fueron a partes iguales vencedores (Francia y el Benelux) y vencidos (Alemania e Italia). «Un milagro realizado por estos tres Siervos de Dios que fue fruto de una fe que se hacía cargo de un proyecto político y cultural de gran alcance». Remitir a los padres fundadores no es una nostalgia retórica, más aún cuando su espíritu parece haber sido traicionado o al menos desechado.

El juicio de Camisasca sobre las dinámicas recientes de la UE fue claro y severo. «La dimensión burocrática y económica se ha agrandado mientras se ha encogido el coraje político, histórico, espiritual y de proyección». Además, «la burocracia ha pretendido invadir cada vez más las legislaciones nacionales y afirmar una ideología de derechos individuales en perjuicio de la vida, la familia y la identidad personal». Hace falta un cambio de ruta. «Amamos Europa y no podemos rendirnos ante su decadencia actual. Un cambio de ruta es difícil y exigente, pero necesario».

Siguiendo los reclamos de los papas, sobre todo de los tres últimos, hace falta que «Europa se reencuentre consigo misma», que recupere su originalidad, su ser tierra de amistad para la persona, la protección de la vida en cada instante, el trabajo de calidad, la familia, las comunidades y los pueblos. Despertar la conciencia de Europa es tarea de todos, pero sobre todo «hace falta una generación de políticos que en sus diversas afiliaciones políticas no vean contradictoria una pertenencia ideal común, que sean amantes de la historia y de la libertad, y que estén abiertos a la trascendencia. Una generación de valientes que amen el futuro más que su presente».



El desafío tecnológico

El tema de la tecnología es decisivo bajo muchos puntos de vista. Sobre todo la tecnología digital, que orienta cada vez más procesos, productos y hasta los propios comportamientos humanos. No anima demasiado darse cuenta de que todos llevamos un móvil en el bolsillo, pero ninguno es europeo. No es casual. Hay otro aspecto inquietante que indicaba Giulia Cazzaniga citando el caso de un polémico (y retirado) anuncio de Apple donde libros, obras de arte y grandes nombres de la historia se hacían pedazos y solo quedaba una tablet, omnicomprensiva y sustitutiva de cualquier experiencia humana. ¿Hay motivos para tener miedo?

Maximo Ibarra no infravalora las razones de una cierta inquietud. Las tecnologías digitales, sobre todo la inteligencia artificial, tienen un ritmo de desarrollo tan acelerado que nadie es capaz de definir concretamente qué pasará en un año o dos. «Las nuevas tecnologías requieren anticuerpos, sobre todo en lo que se refiere a la ciber-seguridad y la defensa de ataques informáticos, así como a la interceptación de deep-fake, textos, fotos y videos falsos». Pero Ibarra propone tener en cuenta los aspectos positivos. Las tecnologías digitales son las únicas capaces de ayudarnos a afrontar con probabilidades de éxito los grandes desafíos, por ejemplo, del cambio climático (percepción del CO₂ en la atmósfera) o de la medicina (pensemos en la lucha contra el Covid, la investigación del cáncer, el Alzheimer…). «La IA debe mirarse y gestionarse como una potenciación, una extensión de lo humano, no como su sustitución».

A los humanos nos toca, entre otras cosas, prever y prepararnos para los cambios. Dentro de tres años, la mitad de los empleos actuales ya no existirán, y el 40% de las actividades estará dirigido por una IA, lo que implica un replanteamiento radical de los procesos educativos y formativos, poniendo el acento más en las cualidades y habilidades de la persona (soft skills) que en la adquisición de determinadas competencias técnicas.



Un pueblo, no Deus ex machina

Mario Mauro trabajó en los escaños de Estrasburgo no poco tiempo. En su intervención se mezclaba su conocimiento con su testimonio personal sobre cómo se puede vivir y mostrar un horizonte ideal. Una tarea «que nos debe movilizar a todos juntos», subrayó, aunque sin renunciar a ponerse “en medio”. «Que alguien se ponga en medio» es la lógica propia de las intervenciones en favor de la paz. Mauro parte de la experiencia que vivió en su pueblo natal. «Cuando pasaba algo en la calle, era algo de todos. Para bien y para mal. Si había una disputa, para que no fuera a mayores había que buscar a alguien –un tipo listo, una mujer respetada, un alcalde, un policía, un cura– que se pusiera en medio. Esa es la razón de ser de la Europa unida». Es algo que resuena en los insistentes llamamientos del Papa por la paz. Esa es la pregunta que hay que hacerse, según Mauro: «¿Qué podemos hacer para no dejar solo al Papa? Porque la credibilidad de sus palabras se apoya en nuestra iniciativa». Desde esta perspectiva, el juego de la política buscará el camino a seguir.

¿Qué votar? «Debemos ver el voto como expresión de nuestra pasión por el destino de las generaciones jóvenes». ¿Qué peso tiene Europa en el mundo? «También hay que replantearse las formas y condiciones de la institución, porque el veto de la UE a la ONU es igual a cero, al no ser un estado». ¿Y la defensa común? «Sin una política exterior común, el rearme que muchos invocan solo sería un asunto nacional». Por tanto, «una política de defensa común puede y debe apoyar la lógica de la paz».

En cualquier caso, ¿qué puede hacer Europa para “ponerse en medio”? «Somos nosotros los que debemos hacerlo. Porque al final la historia la escriben los humildes. Cuando son un pueblo que, como dice la balada de Claudio Chieffo, sabe bien a dónde ir».

«Si nosotros no, ¿quién?», preguntaba Andrea Dellabianca en la síntesis final, proponiendo un trabajo que continúa mediante la propuesta de encuentros locales sobre el manifiesto de la CdO y una plataforma promovida por la Fundación Meeting de Rimini y la Asociación italiana de Centros Culturales. «Un grupo de trabajo permanente para profundizar en los valores cristianos que han dado origen a la comunidad europea y que siguen siendo decisivos para la existencia de un proyecto común. Los numerosos temas que abordan las instituciones europeas implican inevitablemente juicios y criterios que presuponen una idea de persona y relaciones. Nos parece fundamental construir un espacio de encuentro y de diálogo que sea estable y que tenga su sede en Bruselas, que permita a los protagonistas de la escena europea del próximo mandato, a la sociedad civil y a las instituciones, la construcción de un lugar común y de bien, un lugar público y transparente donde buscar juntos soluciones a las preguntas más urgentes del tiempo que vivimos».