Mural dedicado a Giulia Cecchettin en Milán (Foto Ansa/Paolo Salmoirago)

Sentimientos en su justo lugar

Las noticias de los últimos meses están llenas de violencia entre los jóvenes. ¿Se puede hacer algo en clase? La reflexión de un profesor y padre de familia

Las noticias sobre casos de violaciones y maltrato a chicas cada vez más jóvenes han despertado en mí la pregunta sobre la raíz del mal, sobre cuál es el camino que podemos recorrer juntos, familias, profesores e instituciones educativas y públicas, como gritaba con fuerza el padre de Giulia Cecchettin, la joven italiana de 22 años asesinada por su novio hace dos semanas.

Intentaré partir de lo que vivo, de la violencia que en cierto modo descubro en mí en mi vida cotidiana, con mis hijos, con mi mujer, mis amigos y compañeros. O incluso con los extraños. Sin embargo, lo podría jurar, lo que más deseo es el bien, para mí y para los demás. ¡Qué misterio! Estamos hechos para el bien pero nos deslizamos continuamente hacia el mal.

Me doy cuenta de que eso es el pecado original y que todo ser humano lleva dentro esta herida primordial que nos recuerda que somos “criatura”. Si borramos el pecado de nuestra vida no podremos entender nada del ser humano ni de sus caídas, de su ser relación con un Padre que es Misericordia. ¿Pero quién puede liberar al hombre de esta prisión que le vuelve malvado? Captivus en latín significa prisionero. El Adviento es justamente el tiempo litúrgico de la espera de nuestro libertador. Solo Dios hecho hombre puede liberarnos de nuestros oscuros sepulcros. Debe llegar alguien humano-divino que nos tome de la mano y nos arranque nuestra coraza de mal. Pero Dios, en su incesante obra de salvación, confía su construcción a las frágiles manos humanas, eligiendo a algunos para que sean levadura para el mundo entero. Necesita a los hombres para estar presente en la historia.

Como cristianos, padre de cuatro hijos y profesor, me pregunto: ¿cuál es la tarea que Dios me confía? Hace poco el Ministerio de Educación italiano planteaba una directiva que establece 30 horas al año de educación sentimental/relacional. ¿De verdad que esto puede responder a la oleada de violencia entre los jóvenes a la que estamos asistiendo? Que el sentimiento debe encontrar su lugar en la vida es sacrosanto, ¿pero cuál es su justo lugar?

No recuerdo haber hecho cursos donde me explicaran cómo vivir mis sentimientos y mis relaciones con los demás. Pero sí he tenido la gracia de encontrarme con personas grandes, con un sentimiento positivo de la vida, educados por una experiencia de fe cristiana y con un uso amplio de la razón para mirar con verdad la realidad entera, una mirada tan persuasiva que te arrastraba hacia un cierto modo de sentir la vida y de vivir el afecto.

Escribía Pavese: «No he comprendido todavía qué es lo trágico de la existencia [...] Y sin embargo está muy claro: hay que vencer el abandono voluptuoso, dejar de considerar los estados de ánimo como fines en sí mismos». Si hay algo que nos urge, creo que tiene que ver no tanto con una domesticación de los sentimientos y de las relaciones humanas, sino más bien con una sana educación en el uso de la razón. Solo una razón bien educada devuelve al sentimiento a su justo lugar, y su precioso valor a las relaciones con los demás, ¿pero es posible educar la razón de un hombre? ¿Cómo se hace eso en clase?

«La cumbre que la razón puede conquistar es la percepción de que algo desconocido, inalcanzable, existe, y que hacia ello se dirigen todos los movimientos humanos, porque el propio hombre depende de ello. Es la idea de misterio», dice Luigi Giussani en El sentido religioso: «El mundo es un signo. La realidad reclama otra Realidad. La razón, para ser fiel a su naturaleza y a este reclamo, está obligada a admitir la existencia de otra cosa distinta, que subyace en todo y que lo explica todo». La batalla cultural, tanto en el ámbito educativo como en todos los ámbitos de lo humano, se libra por tanto en torno al concepto de razón y nuestro trabajo en la enseñanza se juega sobre todo en la opción de la que hablaba hace unos años el papa Benedicto XVI, afirmando que la razón es verdaderamente ella misma cuando está dispuesta a dejarse “ensanchar” continuamente por el impacto con la realidad, reconquistando así cada vez su naturaleza original.

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Por tanto, hay que educar en lealtad, en una relación verdadera con toda la realidad según ese dinamismo que empuja a la razón humana a buscar la totalidad. ¿Y qué permite una educación así sino el contagio de una humanidad capaz de testimoniar esto con su propia vida? Solo una mirada viva, que se aprende y se mendiga, puede arrastrar también nuestra manera de sentir la positividad de la vida y percibir el Misterio en todo lo que encontramos, reconociendo el valor sagrado del otro. El único freno real frente a una violencia insensata es recuperar el horizonte del significado último de la vida. Ante esta oleada de violencia, no se trata tanto de llegar a 30 horas de educación sentimental/relacional en el plan curricular, sino sobre todo de recuperar el verdadero sentido de cada hora de clase como el lugar donde se educa a la razón y donde la propia materia puede dilatar en el corazón de los jóvenes ese sentimiento supremo: el de ser queridos, amados, deseados.
Alfonso