El papa Francisco al llegar a Mongolia (Foto: Catholic Press Photo)

Un abrazo que une Kazajistán y Mongolia

Pier es misionero en Karagandá y ha tenido la ocasión de participar en la visita del Papa al país asiático

He tenido la gracia de participar en la peregrinación a Mongolia por la visita de nuestro papa Francisco a esas tierras. En primavera, el cardenal Giorgio Marengo estuvo con nosotros en Karagandá (Kazajistán) y nos invitó a esta ocasión extraordinaria. Una pequeña comunidad, la iglesia de Mongolia, que nació hace casi treinta años por el anuncio de los primeros misioneros y que con inmensa alegría recibió al Papa al llegar a Ulán Bator. Qué conmoción ver el entusiasmo y la familiaridad sencilla de ancianos y niños, monjas y jóvenes por ver al Papa de cerca y abrazarlo. También lo acompañaron en el encuentro con el presidente de Mongolia, en la plaza central dedicada a Gengis Kan. La sorpresa de un pueblo que se enriquece con la presencia de tantos hermanos y hermanas de diversos países asiáticos, procedentes de Filipinas, Corea del Sur, Vietnam, Tailandia, Taiwán, Camboya o China.

El momento que más me impactó fue el encuentro en la catedral con el Papa y esta pequeña comunidad tan llena de vida, el saludo tan agradecido del padre José Louis, obispo de Almaty (Kazajistán) y presidente de la Conferencia Episcopal de Asia central, los testimonios tan sencillos y profundos del descubrimiento de la fe, cargado todo ello de agradecimiento. Rufina mostró su entusiasmo por conocer la vida de Jesús no a través de los libros, que no tenía, sino a través de los misioneros, evangelio viviente. Con sus dificultades para traducir el término “comunión” en lengua mongola y la alegría de poder experimentarla con sus hermanos en la fe. El Santo Padre decía que la “comunión” nos muestra qué es la Iglesia, subrayando que no se trata de estrategias sino de la sorpresa por la presencia de Jesús. Es cuestión de fe y de amor al Señor, de fidelidad a Él. El padre Peter, joven sacerdote mongolo, contó cómo su encuentro con la comunidad, gracias a la acogida concreta de las hermanas de la Madre Teresa, le abrió un horizonte inmenso para su vida.

Después llegó la santa misa presidida por el Santo Padre en el Steppe Arena. Nos hizo tomar en consideración la inmensa sed de las estepas infinitas y de todo corazón, que solo Jesús sacia con esa agua que Él nos dona. Estos días hemos podido ver al Papa en acción, buscando una cercanía real con cada persona, con su propia historia, cultura, condición, edad, superando distancias y miedos, con estima y alegría. La sorpresa de dos sacerdotes italianos que tenía cerca y que venían de Pekín, y su alegría ante una misión infinita. Días de hospitalidad y fraternidad con Lorenz, Theresa, Marie, una periodista francesa y también con un médico italiano que era voluntario de la comunidad católica de Ulán Bator, que me escribió diciendo: “gracias por el tiempo que hemos pasado juntos, para mí ha sido un regalo dentro de una verdadera experiencia de Iglesia”.

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De la pequeña comunidad católica de Mongolia, llama la atención su vivacidad para encontrarse con las necesidades de la gente: niños de la calle, huérfanos, enfermos, personas abandonadas o sin hogar. La posibilidad de un encuentro es lo que permite iniciar un camino que ahonda en la pregunta por lo que verdaderamente necesitamos. Vuelve a acontecer la novedad de Jesús, que despierta la verdadera esperanza para todos. Días de fiesta con un Padre que abraza a personas, países y continentes porque él mismo recibe un abrazo infinito.
Pier, Karagandá (Kazajistán)