Monseñor Paolo Pezzi con el cardenal Mario Zenari, nuncio apostólico en Siria

Siria. Peregrinos en una tierra martirizada

Desde 2011, cuando estalló la guerra, no llegaba a este país un grupo tan numeroso de peregrinos. Eran 44 fieles católicos y ortodoxos rusos acompañados por monseñor Paolo Pezzi siguiendo las huellas de san Pablo

«¡Gracias por venir a Siria! Desde que empezó la guerra no venía un grupo tan numeroso de peregrinos». Miradas incrédulas, curiosas y agradecidas en el pueblo sirio: eso es lo primero que impactó al grupo de 44 peregrinos católicos y ortodoxos que fueron desde Rusia acompañados por monseñor Paolo Pezzi a finales de abril. Nos hicieron sentir esperados, acogidos y queridos durante los siete días que estuvimos en la tierra del apóstol Pablo. Una semana de visitas, oraciones y encuentros con una historia de más de cinco mil años.

Una peregrinación que nos adentró en el inmenso patrimonio histórico y cultural de Siria y que nos permitió seguir las huellas del apóstol de los gentiles, la vía romana en la que Pablo se topó con Cristo («Saulo, ¿por qué me persigues?»), el camino donde Ananías tuvo el coraje de salir al encuentro del cruel perseguidor de los cristianos, la casa donde Pablo aprendió los contenidos de la fe y los muros de la antigua ciudad de la que Pablo huyó durante la noche. Luego visitamos los frutos del trabajo misionero de san Pablo –monasterios muy antiguos, fundados por sus discípulos– y las huellas de la presencia de los cruzados. Por último, pudimos conocer aspectos del trabajo social que las iglesias cristianas siguen realizando hoy en una Siria martirizada por la guerra y el terremoto. Los encuentros, las predicaciones de monseñor Pezzi, los lugares visitados, el contacto con comunidades cristianas, nos han ayudado a unir teselas de un mosaico que de otro modo sería incomprensible.

Desde el primer día, el obispo nos invitó a un camino de trabajo personal: «Nuestra respuesta a la iniciativa del Señor es siempre una conversión. Es el mismo recorrido que tuvo que hacer san Ananías. Él tampoco entendía bien la iniciativa de Dios, pero tras superar un primer momento de incomprensión, confía. Así se convirtió en “instrumento de salvación” para Pablo. Todos nosotros, como Ananías, necesitamos conversión».

La visita a la sede de la asociación Pro Terra Sancta en Damasco nos ayudó a entender toda la amplitud de la necesidad de la gente: medicinas, tratamientos médicos, comida, ayuda para pagar el alquiler de una casa para los desplazados o los gastos de calefacción. En Siria, un drama dentro del drama es el de los jóvenes: los que son llamados al servicio militar, por ejemplo, no pueden reinsertarse en la vida civil hasta nueve años después, lo que les impide formar una familia y desarrollar los conocimientos que han adquirido durante sus estudios. Es una generación rota.

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También fuimos a ver a las monjas de Val Serena en el monasterio de Azeir, en la frontera con Líbano. Sor Marta nos explicó que san Benito, para fundar el monaquismo occidental, bebió de la tradición oriental anterior. Para las hijas de san Benito, por tanto, volver a los lugares de los padres cenobitas devuelve a esta tierra la riqueza de la que nació.

«Vine a esta peregrinación –confiesa Tania, de Moscú– cargada de problemas de mi vida cotidiana. Aquí he visto gente con problemas mucho más graves después de la guerra, pero los veo felices. Con una felicidad que viene de la fe. Vuelvo cargada de preguntas sobre mi vida». Por su parte, Aleksei escribe: «Acabo de volver y ya me doy cuenta de que el camino que hemos hecho en Siria me plantea muchas cuestiones y desafíos. La fe de la gente que hemos encontrado no puede dejarme indiferente porque yo también quiero vivir así».
Íbamos para dar (leche en polvo y calzado para los niños de Alepo, junto a otras cosas que habíamos recogido en Rusia) y volvemos relanzados por el testimonio de una fe verdadera y genuina. La sangre de muchos mártires cristianos de los últimos años ya está generando algo dentro de nosotros.
Jean-Francois