Audiencia. Pedir por un pueblo entero

Una peregrinación al Santuario de Nobol para conectarse por Zoom a las tres de la madrugada y seguir el encuentro en directo. Así ha vivido el encuentro con el Papa la comunidad de Ecuador

Cuando recibimos la carta de invitación de Davide Prosperi a la audiencia, para algunos de nosotros fue como una sacudida, casi como una corrección. Nos dimos cuenta de que realmente estábamos ante una ocasión única y excepcional, aunque tuviera lugar a diez mil kilómetros de distancia, en la que cada uno de nosotros estaba llamado a responder en primera persona.

Pensando en la manera de percibirnos unidos a todo el movimiento y en cómo vivir la espera hasta ese día, «con corazón humilde y sincero», el domingo 9 de octubre nos juntamos desde varias ciudades de Ecuador para ir de peregrinación al Santuario de Nobol (Guayaquil), donde se encuentra el cuerpo de santa Narcisa de Jesús, una de los tres santos de esta tierra, la última en ser canonizada. Un lugar sencillo y humilde, al que miles de personas se acercan todos los días para pedir y rezar, cada uno con sus propios dramas. El altar tiene una reproducción de la plaza de San Pedro en memoria del día en que Narcisa fue proclamada beata. En la misa había miles de personas, donde nosotros éramos un pequeño rebaño. Cada uno llevaba dentro lo que quería ofrecer, en sus rostros, petición y súplica. Nosotros llevábamos nuestras pobres vidas. Mirando alrededor y elevando la mirada hacia el cuadro de la plaza, pensé conmovida: «Todos estamos aquí por una necesidad y estamos pidiendo algo, ¿pero quién viene aquí para pedir, como nosotros, por un pueblo entero?». Percibía una gran tarea: aparte de pedir por los dramas de cada uno, también tenía la conciencia de pertenecer a una historia que ha llegado a muchos rincones de la tierra, cuyo centro era esa plaza. Desde ese día, todos los días, esperé la audiencia ofreciendo mi jornada, releyendo la carta de Davide, en oración.

Propusimos a todos seguir el encuentro del 15 de octubre en directo para no perder nada de ese “aquí y ahora”, como siempre se nos ha enseñado. A las tres de la madrugada, hora local, veinte personas nos conectamos por Zoom, cada uno desde su casa, por el riesgo que supone salir a esas horas.
El regalo de la audiencia ha puesto poderosamente delante de cada uno de nosotros la belleza de esta historia y la certeza de estar en el camino adecuado, así que al día siguiente fuimos juntos a misa para dar gracias a don Giussani y al Papa, a los que habíamos sentido más cerca que nunca, a pesar de los diez mil kilómetros de distancia.
Stefania, Quito