Ari y Cindy en Roma

«Quiero ser como ellos»

Ari nació en Indonesia y se fue a vivir con su mujer a Holanda para hacer un máster. En la parroquia conoció el movimiento. Su corazón, siempre a la defensiva, esos nuevos amigos, y aquella pareja en el Meeting de Rímini

Nací en Indonesia, pero desde 2012 vivo en los Países Bajos con mi mujer, Cindy. Crecí en una familia católica y me bautizaron a los ocho años de edad. Conocí el movimiento a través del párroco de la parroquia a la que voy aquí.
Un año después de llegar a Europa acabé mis estudios del máster, encontré trabajo y Cindy y yo fuimos ordenando nuestra vida. Todos los domingos iba a misa. Cada cosa parecía estar en su sitio.
Sin embargo, la realidad no tardó en golpearme. En el trabajo empecé a sentirme infeliz. Todo me molestaba: los compañeros, el jefe, el propio trabajo y hasta mi mujer. Lo que tenía no me satisfacía y siempre deseaba algo más, algo nuevo.
En 2015, un chico italiano vino a trabajar a Países Bajos y nuestro párroco lo acogió. Desde el principio vi que tenía algo distinto. Infundía positividad y alegría a la gente que le rodeaba. Al día siguiente de su llegada, decidió meterse en la cocina para preparar la comida para los Ejercicios espirituales de los alumnos. Nos hicimos amigos y empezamos a discutir sobre la vida y el trabajo.
Un día le hablé de mi corazón atormentado y él me invitó a la Escuela de comunidad. Al principio me resistí un poco porque ya tenía mucho que hacer y ya iba a la iglesia los domingos, ¿por qué iba a necesitar algo más? Solo acepté por cortesía, y al cabo de unas semanas me empezaba a resultar inútil pues no llegaba a entender lo que decía el texto del que hablaban.
Pero este amigo no se dio por vencido. En otra ocasión me invitó a participar en los Ejercicios espirituales de CL. Volví a resistirme, pues se trataba de un gesto de tres días y además tenía que pagar, pero mi mujer quería ir y al final decidí acompañarla. Fui con pocas expectativas y, como esperaba, no me gustó. El encuentro era en holandés y no pude seguir bien la traducción. Las lecciones eran complejas (usaban muchas palabras que no entendía) y no conocía a nadie allí. No tardé en arrepentirme de haber ido.
Pero el Misterio tiene mucha paciencia y siguió manteniendo a estos amigos a mi lado, a pesar de mi rechazo. No dejaban de invitarme a la Escuela de comunidad, a los Ejercicios y a las vacaciones del movimiento. A pesar de mi rabia, lentamente fui reconociendo que eran gente diferente. Hablando con ellos, vi que muchos de ellos tenían los mismos problemas que yo en el trabajo pero se les veía tranquilos y libres. Parecían realmente felices y les veía respirar a pleno pulmón, mientras que yo apenas lograba sobrevivir. Así que me dije: «¿Cómo pueden vivir así? Yo también quiero ser como ellos».

Un momento determinante en mi camino llegó en 2018, cuando fui como voluntario al Meeting de Rímini con un grupo de amigos indonesios. Estaba un poco nervioso porque era la primera vez. Pero allí asistí a muchas cosas preciosas que cambiaron mi punto de vista sobre la vida y sobre el trabajo. Sobre todo me llamó la atención que algo tan gigantesco se sostuviera casi en su totalidad gracias a la presencia de voluntarios. A pesar del cansado trabajo que hacían, muchos de ellos mostraban un rostro alegre. Comían juntos y cantaban durante los turnos. También me impactaron los contenidos de los encuentros y exposiciones. No solo se hablaba de religión y de fe, como yo pensaba, sino también de política, ciencia, cine y música. Muchas exposiciones abordaban también temas “duros” relacionados con diversos ámbitos de estudio (arqueología, astronomía, biología y tecnología), tratados de manera profesional. Ver esas exposiciones me enseñó que la fe te permite mirarlo todo.

LEE TAMBIÉN – Caribe. Volver a lo esencial

Por último, durante una pausa entre turnos, nos presentaron a una pareja italiana con la que pudimos charlar sobre nuestro matrimonio. El marido hablaba inglés, la mujer no, así que cada uno tenía que traducir lo que decía el otro.
En CL se habla mucho de “mirada”, pero solo durante la conversación con esos dos extraños me di cuenta del verdadero significado de esta palabra. La mujer, a pesar de que no era capaz de comunicarse con nosotros, nos miraba como si nos conociéramos de toda la vida. Durante la conversación hasta se conmovió escuchando nuestra historia. No lo podía entender. ¿Cómo era posible que una persona que acabábamos de conocer y no hablaba nuestro idioma pudiera sentir nuestro dolor y llorar con nosotros?
Después de la semana en Rímini me volví más curioso respecto a la gente del movimiento. La pregunta que tenía antes, «¿cómo pueden vivir así?», hizo mi corazón aún más inquieto. Hoy todavía no lo entiendo todo. Los textos de don Giussani siempre me cuestan mucho pero, como muestra un episodio del evangelio, cuando la gente de Cafarnaúm abandonó a Jesús y él les preguntó si ellos también se querían ir, mi respuesta es la misma que la de Pedro: «Señor, puede que no lo entienda todo, pero si tuviera que dejarte, ¿con quién me iba a ir?».
Esas miradas brillantes de estos amigos y su vida llena de alegría han abierto mi corazón, que antes siempre estaba a la defensiva.
Ari, ‘s-Hertogenbosch (Países Bajos)