El papa Francisco en Malta

Malta. En los Graneros con el Papa

La visita de Francisco a la isla ha sido acogida con gratitud por miles de personas. Entre ellos estaban Pauline y Robert. «Nos ha abrazado a todos con misericordia»

Tras la doble cancelación del viaje del Papa a Malta, debido a la pandemia, y después de una campaña electoral de seis semanas que prácticamente ha dividido a los malteses en dos, recibimos como una bendición la visita de Francisco. Su alegre llegada fue acogida con fervor, como un factor de unidad para el país.

La visita ha sido un don para todos nosotros. El Papa no tuvo ningún reparo en hablar de los problemas que vivimos aquí actualmente, de la unidad y de la paz, del valor y dignidad de la vida humana, de Ucrania. No usó medias tintas para abordar el tema de la migración, vinculándolo al «naufragio de la civilización, que no solo amenaza a los refugiados, sino a todos nosotros» y que solo se puede evitar mediante la acogida y la humanidad. Palabras claras y directas.

Pero lo que más nos impactó fue su humanidad, su alegría a pesar del cansancio físico y la manera en que miraba directamente a los ojos, sobre todo a los más vulnerables. Una mirada profunda y penetrante que se te queda grabada en el corazón. En todas partes le recibieron y él abrazó a todos con misericordia, especialmente a los que sufren, a los enfermos, inmigrantes, presos, víctimas de la explotación laboral, y también a nosotros. Nos dejó profundamente tocados. Ha sido una gran bocanada de aire fresco, llena de humanidad y de amor. Ojalá pudiera durar para siempre… parecía estar leyendo el deseo de nuestro corazón.

Robert y Pauline en los Graneros de Floriana en Malta

Nos exhortó a remontarnos al origen, volver al principio, recuperando el núcleo de nuestra fe. «No […] solo “una historia pasada que recordar”, sino un “gran futuro que construir”». Se trata de «una fe que se funda y se renueva en el encuentro personal con Cristo, en la escucha diaria de su Palabra, en la participación activa en la vida de la Iglesia, en el alma de la piedad popular». Nuestra religiosidad debe ser la expresión de «una fe viva, abierta, que difunde la alegría del Evangelio», y la Iglesia debe cuidar «la amistad con Jesús», la acogida de todos y la alegría de la evangelización. Sus palabras fueron memoria del cristianismo como acontecimiento, tal como nosotros deseamos y vivimos cotidianamente, y a lo que se nos invita siempre.

Dedicó la homilía del domingo a la misericordia, como sugería el Evangelio del día, el de la adúltera. Francisco vinculó la misericordia con la definición de quiénes somos, qué es lo que nos hace auténticos discípulos de Cristo. «También hay que comprobar cómo nos miramos a nosotros mismos», sugirió. Ser fieles a la verdad del corazón, pedir a Jesús el cambio de nuestro corazón y reconocer nuestra necesidad de salvación, descubriendo cómo Dios nos sale al encuentro mediante nuestras heridas. Luego ahondó en que también debemos mirar a los demás con misericordia, como hace el corazón de Dios. La misericordia es la manera en que Dios cuida de nosotros. Él perdona siempre y no se cansa de hacerlo. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir Su perdón. Escucharle nos devolvió la fuerza y el coraje necesarios para no perdernos en las turbulencias cotidianas que la vida nos presenta.

LEE TAMBIÉN – Polonia. «Como tener a Dios en casa»

Las palabras de Francisco nos han ayudado a volver a despertar en nosotros esta autoconciencia, nos ha confortado. Mientras hablaba, había un silencio extraordinario, a pesar de que éramos una multitud de casi veinte mil personas, reunidas en la plaza de los Graneros de Floriana. El regalo que ofreció al Papa el arzobispo Charles Scicluna era un cuadro que representaba a Cristo y la adúltera: Misericordia et Misera. Que las palabras del Papa permanezcan en nuestros oídos y su presencia en nuestros corazones para un futuro mejor de nuestra isla y de nuestro pueblo.
Robert y Pauline, La Valeta (Malta)