(Foto: Ken Friis Larsen/Unsplash)

«Aquí hasta se te olvida que tienes móvil»

Una velada con los Juveniles, tres chicas muy distintas. Cada una reacciona a su manera, pero algo les llega muy dentro. «Si os hubiera conocido antes, ni siquiera me maquillaría...»

Una noche llevé a tres de mis alumnos al encuentro de los Juveniles, con Chiara (los nombres son ficticios, ndr) que era la tercera vez que venía. Es una chica con un carácter muy fuerte, siempre vestida de negro y muy maquillada. También estaba Marta, que había venido un par de veces desde noviembre, y Laura, que venía por primera vez.

En el viaje, Laura preguntó: «Profe, donde vamos hay wifi, ¿verdad?». Entonces saltó Chiara: «¿Qué más te da? Allí no hace falta. Hasta se te olvida que tienes móvil porque se está demasiado bien. Te lo dice alguien que vive en las redes sociales».
Nada más llegar, saco la guitarra para ensayar los cantos de la noche con algunos chavales. Estaban allí las tres pero veía a Laura un poco impaciente, hasta que de pronto dijo con cierto tono despectivo: «¿Pero aquí solo cantáis ese tipo de canciones?». No respondí, pero pensé: «Señor, yo te la he traído, pero ocúpate tú».

Al empezar la velada, José contó su historia: «Lo tenía todo, pero nadie me prefería. No me sentía amado y estaba enfadado. Un día, mirándome al espejo vi la cara de un fracasado. Pero luego conocí a personas que me aceptaron tal como era, sin juzgarme. Me prefirieron». Algo empezó a abrirse en Laura, hasta el punto de hacerse una pregunta.

En la cena, Chiara me contó que el testimonio le había impactado mucho. «Hasta se me ha saltado una lágrima oyéndole, y estas cosas no suelen llegarme». Y añadió: «Si os hubiera conocido antes, probablemente ni siquiera me maquillaría. No me habría hecho falta».

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Al terminar la velada, después de unos cantos –donde las tres subieron incluso al escenario para gesticular al ritmo de canciones que ni siquiera conocían– las llevé de vuelta a casa de sus padres. Laura brincaba y le brillaban los ojos, tanto que su madre dijo: «¿Pero has bebido?». No señora, no había tomado ni una gota de alcohol. Estaba contenta, sin más.

Entré en casa agotado, pero conmovido, y pensaba en una frase que había oído hace muchos años: la amistad con Jesús crece si verificamos su victoria en la realidad (de otro modo, somos visionarios). Antes lo veíamos enderezando piernas, hoy lo vemos “enderezando” corazones. Y un corazón feliz es un milagro aún mayor.
Martino, Lugano