Túnez

Túnez. «Por qué y para quién estamos aquí»

«Resulta más evidente que nunca que no se trata de “decir” sino de “ser”». La labor diocesana, los encuentros y relaciones con la gente. Una carta desde Túnez

Túnez, crisol de culturas y puente de civilizaciones, se encuentra sometida a dura prueba por una pobreza que no es solo económica, sino también de esperanza y significado. La Iglesia, cuya presencia multicolor y multiétnica nunca ha decaído a lo largo de los siglos, aquí también está llamada a testimoniar un bien posible, real, dentro de la adversidad y las contradicciones. Para participar en esta misión, por deseo del arzobispo Ilario Antoniazzi, un grupo de Memores Domini trabajamos al servicio de la diócesis en tareas de secretaría, administración, Cáritas, educación…

Nuestra vida es sencilla, “normal”, pero al mismo tiempo una aventura apasionante y siempre nueva, que vemos descrita por don Giussani en Crear huellas en la historia del mundo cuando habla de misión y ecumenismo. ¿Por qué íbamos a estar aquí aparte de por el anhelo que nace de ser objeto del amor de Cristo, que nos hace desear colaborar con el bien de todos? ¡Qué gran verdad es que el oficio que llena de dignidad y utilidad todos los oficios es el de ser profeta, testigo de lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno! Dentro del mundo musulmán, resulta más evidente que nunca que no se trata de “decir” sino de “ser”, algo que luego se ve en todas partes. El ecumenismo como amor a la verdad presente, aunque solo sea un fragmento, en cualquiera, es una experiencia que favorece encuentros conmovedores.

Las mujeres de la casa de Túnez

Como la relación que ha surgido con dos jóvenes universitarios de la Facultad de Religiones comparadas, que vinieron a la catedral para «ver, y no solo leer en los libros, el cristianismo» y que, deseosos de «entrar en la vida real» ofreciendo algo de sí mismos, se implicaron en una caritativa de apoyo escolar, y que todavía nos siguen dando las gracias por esta oportunidad. O con las familias de presos que acompaña Cáritas, y con los alumnos, jóvenes y ancianos, de los cursos de alfabetización, que tienen unas ganas increíbles de aprender y con los que estudiar francés se convierte en ocasión de compartir parte de la vida.

Un ámbito en el que esta mirada resulta decisiva es la red de colegios diocesanos, confiados a varias congregaciones, cada una con su punto de vista y su enfoque educativo. Casi todos los alumnos y el personal son tunecinos musulmanes (la presencia cristiana se encuentra en la dirección y poco más), los programas didácticos son los que marca el Estado, la religión que se enseña es –exclusivamente– la islámica. La relación con las personas, con los trabajadores, con los padres y con los niños es lo que ofrece la posibilidad de compartir la vida de este pueblo.

Esto nos provoca especialmente para descubrir qué quiere decir ser católicos y mirar con una estima irreductible la realidad y la libertad de cada uno (¡gracias, Julián, por cómo nos educas con tu testimonio!). Nuestra labor, tanto administrativa como de apoyo pedagógico, se apoya en el deseo de sostener la complicada obra de quien dirige estos institutos, favorecer la conciencia educativa y el sentido de pertenencia de los trabajadores, valorar la cantidad de cosas bonitas que pasan y animar la unidad entre los colegios.

Ese es el objetivo final de todas las iniciativas y actividades: momentos de encuentro entre los responsables para poner en común las dificultades y compartir las alegrías, recordando por qué y a quién entregamos nuestra vida, el contacto con varios organismos territoriales, la implicación de cooperantes que viven y colaboran con nosotros durante uno o dos años, el gran programa plurianual de formación para el personal escolar que se puso en marcha hace poco gracias a la financiación de la Conferencia Episcopal a través de AVSI, el proyecto de una página web para la red de escuelas diocesanas, con el que mostrar quiénes somos y qué es lo que nos preocupa.

LEE TAMBIÉN – Manos a la obra. La tercera opción

En medio de todo esto, la casa es el lugar que custodia y nutre nuestra responsabilidad personal y nuestra alegría, como nos señalaba el padre Jawad, responsable de las escuelas católicas y gran amigo. Un día, conversando sobre lo más urgente en esta situación de inestabilidad dramática que vive este país –de la que la Iglesia no está exenta–, nos dijo: «Lo que hace falta es vuestra presencia, el punto estable es vuestra casa, donde, aunque cambien las personas, hay una continuidad de certeza, amistad y unidad. En vosotras veo personas autónomas, libres y responsables en comunión. Eso es lo que reconozco en vuestro carisma y me corresponde profundamente. Cuando me preparaba para el sacerdocio, mi director espiritual me decía: “¡No tengas miedo de darte por entero a Dios, Él no te quita nada de tu humanidad!”. Características, talentos, intereses, temperamento… nada se nos quita. Eso es lo que veo en vosotras». Qué gratitud...
Chicca, Fausta, Gabriella, Giovanna, Luisa, Olivia, Túnez