(Foto: Nhi Dam/Unsplash)

«No sabes amar y eres amado»

Maria estaba lista para seguir los Ejercicios espirituales de los universitarios de CL con unos amigos. «Por primera vez sentía que lo necesitaba». Pero un imprevisto la obliga a hacer cuarentena… Esto es lo que aprendió esos días

Salí cargadísima. Eran los Ejercicios espirituales de los universitarios y los de Bolonia los íbamos a seguir juntos. Por primera vez sentía que lo necesitaba. Tenía la sensación de hacer un montón de cosas pero sin ir a ningún lado y necesitaba situarme. Todo estaba listo, como en la poesía de Montale: «Todo está O.K., y todo es para bien». La maleta preparada, el coche también, solo faltaba una cosa: el test de antígenos. Y ahí estaba el imprevisto de Montale: una compañera de piso da positivo en Covid.
Todo el apartamento, más algún otro contacto estrecho, en cuarentena. Tuvimos que separarnos porque, siendo seis, no podríamos aislarnos como se debe. Yo, que soy de las mayores, me quedé con una de primero.
Al principio estaba un poco enfadada, también con Dios. Para una vez que tenía ganas de ir a los Ejercicios, no puedo. ¿Por qué?
Ese porqué me acompañó toda la semana de cuarentena, durante la que aprendí varias cosas.

La gente, la llames o no, está ahí. Algunos amigos vinieron a saludarnos al volver de los Ejercicios. Algunos hasta nos trajeron comida. Ha sido una gran ayuda, sobre todo para recordarme que soy preferida. Me he dado cuenta de la inmensa necesidad que tengo, que basta con ver a una persona, desde la puerta y con la ventana abierta a pesar de un frío polar, para darme cuenta de que no estoy sola.

La misma situación se puede vivir de distintas formas. Un amigo que estaba encerrado en casa igual que nosotros nos recordó un aspecto fundamental: no podemos dar por descontado nuestra compañía, con cuarentena o sin ella. Esto implica también responder a las preguntas de los demás exponiéndose uno mismo. La de primero me ayudó a no perderme en los quehaceres cotidianos, como cocinar, ver una serie, saludar a la gente por la ventana, hablar seriamente hasta tarde.

Tampoco se puede dar por descontado la relación con la familia. Llamo a mi madre un par de veces a la semana, y a mi abuela los fines de semana, pero con mi padre no hablo casi nunca. En cambio, esta semana nos hemos llamado un par de veces para hablar de cosas normales, de la última carrera de Fórmula Uno, de El Silmarillion, el libro que me acabé esos días, de mi abuela… pero me llamó la atención la seriedad con la que hablamos.

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Cuando volví a salir, ya no era la misma. No tenía nada que ver con el confinamiento anterior. Entonces fueron dos meses sin saber cuándo saldría. Esta vez solo ha sido una semana. Pero en este caso el resto del mundo estaba fuera, los demás salían y hacían vida normal. Nada más salir, me di cuenta de que cosas tan sencillas como ir a la facultad en bici me hacían estar alegre.

Conociéndome, el Señor ha encontrado la única manera de pararme sin posibilidad de oponerme. Esta semana me ha ayudado a entender e ir al fondo de muchas relaciones, y de cosas que había descuidado, como hacer silencio o rezar siendo consciente de las palabras que digo. Ahora Il mio volto, la canción de Adriana Mascagni que escuchamos en los Ejercicios, la canto todos los días en la bici. Porque cada mañana necesito volver a recordar que «no sabes amar y eres amado».
Maria, Bolonia