La iglesia de Eastleigh

La punta de un iceberg de preguntas

Una joven aparece en una parroquia de la campiña inglesa. Primero la invitan a un encuentro y luego empiezan a caminar juntos por las cosas sencillas que forman la vida. La carta de un cura de la Fraternidad San Carlos

Conocí a Chiara hace poco más de tres años. El obispo Philip Egan nos puso al frente de una parroquia en la campiña inglesa donde estamos viviendo tres curas de la Fraternidad san Carlos y un seminarista.
Los primeros meses nos limitábamos a un saludo después de misa, caracterizado por las prisas de quien tiene que salir a hacer otra cosa. Luego vino el Covid, que durante meses nos obligó a mantener cerradas las iglesias, así que perdí de vista a Chiara. Pero hace unos meses volví a verla en misa. Estaba sentada en un rincón, con sus abuelos. Sus padres y hermanos no vienen desde hace años. Dentro de mí se abrió paso la pregunta: ¿qué hace aquí?, ¿qué estará buscando? Chiara tiene veinte años y es la única de su edad que viene a la iglesia. Me acerqué a saludarla antes de entrar en la sacristía. No recuerdo lo que hablamos, pero sí recuerdo sus ojos. Brillantes, abiertos como platos, como si quisiera preguntarme algo. Pero era tarde y había que empezar la misa.

Al terminar la busqué, no quería fingir que no había notado nada. La invité a los encuentros de bachilleres que tenemos en la parroquia los viernes por la noche con una decena de jóvenes. Una invitación nunca es un error. ¿Qué otra cosa hace Dios con nosotros, a pesar de todos nuestros “no”? Para mi sorpresa, allí estaba el viernes. Nuestros encuentros siempre comienzan con una cena y terminan con una conversación en torno a un texto significativo con la ayuda de algunas preguntas. En Inglaterra los chavales hablan durante los encuentros si se trata de un “debate”, les educan así en el colegio. Pero cuando se trata de hablar de sí mismos no es tan fácil.

Durante la cena, Chiara se puso a un lado y no comió. Al cabo de un rato me acerqué para preguntarle qué pasaba. Me miró y me dijo con una voz sutil, sin demasiada convicción, que ya había comido. «¿Cuál es tu comida preferida?», le pregunté. «El helado me vuelve loca». «Espera». Subí a casa, abrí el frigo y por suerte aún había una copa de helado de la noche anterior. Se la di y en menos de un minuto ya no quedaba nada.
Luego empezamos el encuentro. Chiara no hablaba, parecía que no estaba a gusto. A los diez minutos se levantó de la mesa, hizo un gesto con la mano y salió de la sala. «Chicos, seguid vosotros». Me levanté y fui tras ella. Por suerte, me dio tiempo a alcanzarla. La llamé. Ella se giró y me dijo: «¿Cómo se puede perdonar?». Un rayo a cielo abierto. No me lo esperaba. Empecé a hablarle de lo importante que era para mí la confesión, que la única manera de aprender a personar es ante todo dejarse perdonar… Ella me dijo: «Creo que nunca me he confesado». Le seguí hablando de mí, de la alegría que siendo cada vez que voy a confesarme.

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Han pasado varios meses. Chiara viene habitualmente a nuestros encuentros. En la cena se la ve cada vez se la ve más cómoda, aunque solo habla conmigo y con otra chica que se ha convertido en su mejor amiga. El momento del encuentro le cuesta más y no habla, pero se queda hasta el final, Hace tres meses me dijo: «¿Puedo venir a veros aunque no sea viernes por la noche?». Le dije que sí, pero que avisara antes… A veces llama los miércoles o el jueves y nos tomamos un té con ella. Charlamos, bromeamos y ella nos cuenta qué tal la semana…
Hace dos semanas me mandó un mensaje: «¿Tienes un hueco el miércoles? Pero a solas». Quedamos y cuando llegó me dijo: «He venido a confesarme».

A menudo oigo decir que los jóvenes ya no esperan a Cristo. La historia de Chiara me enseña que no es así. No es que la gente ya no espere a Cristo, sino que expresan esa espera con lenguajes distintos de los habituales, palabras y gestos que pueden parecer banales, pero que en realidad solo son la punta de un iceberg de preguntas que se hunden en el corazón. Las mismas que tengo yo. Compartiendo esta aparente banalidad es como se abre un camino en el que podemos esperar juntos a Aquel que ha venido y viene para perdonarnos.
Luca, Eastleigh (Reino Unido)