(Foto: Gabriele Bravi)

Ejercicios del CLU. La familiaridad con el Misterio

Las lecciones de Javier Prades, con Charles Taylor, Lady Gaga y Edith Stein, y el testimonio de Guadalupe Arbona Abascal. Tres días para aprender a mirarse uno mismo y la propia vida de un modo nuevo

Esta mañana, nada más despertarme, de camino al comedor, caí en la cuenta de que ya estaba poniendo en marcha mis estrategias habituales para comenzar una jornada que fuera productiva, sin demasiadas trabas.
Sin embargo, por un instante, al sentarme a desayunar, advertí el deseo de parar y mirarme, de tomarme en serio a mí misma hasta el fondo. En realidad, todas las mañanas siento ese deseo, pero casi nunca decido dejarle espacio. Hoy me he sorprendido, y mucho, pensando que valgo demasiado como para echarme a perder y no mirar mi deseo. He presentido que, si yo me perdía, lo perdería todo ese día. En medio del silencio empezó a abrirse paso un hálito de agradecimiento. Esta manera de mirarme, tan alejado de cómo suelo hacerlo, es fruto de lo que se me ha vuelto a donar estos días de Ejercicios espirituales, durante los que he experimentado nuevamente, ante el rostro de Javier Prades y los amigos de mi comunidad, una gran promesa, que ya empieza a cumplirse, que me hace interesante, imprescindible, a mí misma.

De camino a la universidad, he vuelto a escuchar la canción de Adriana Mascagni que nos ha acompañado estos días de Ejercicios, Il mio volto (Mi rostro, ndt.), y empezaban a iluminarse muchos momentos de mi historia en los que yo he podido decir «no sabes amar y eres amada, no sabes hacerte y sin embargo eres hecha», y he pensado: esto es lo que necesito para vivir.
Recordando los Ejercicios me decía: «Esto es lo que necesito», y entonces sentía crecer mi deseo en mí, como diciendo: «No me basta». En la vida hay rostros ante los que mi corazón dice esas dos cosas a la vez, sin que la una tenga la última palabra sobre la otra, sin quedar condenada ni a la insatisfacción («nada me basta») ni a la muerte («ya no se puede desear nada más»). Lo que he experimentado estos días mirando a Prades me basta porque corresponde a las exigencias que constituyen mi humanidad, y esa correspondencia no es algo que se pueda interpretar; pero al mismo tiempo es precisamente un rostro así el que me remite constantemente a otro, proponiéndome un camino de la mirada y del afecto, un camino que dura la vida entera y que estos días me han ayudado a emprender.

Durante la introducción, Prades nos ayudó a percibir el grito de nuestro tiempo a través de muchas voces. Esbozó el cuadro de una humanidad que intenta arrancarse las numerosas máscaras que cubren su rostro, una humanidad que no acepta la superficialidad, que busca la autenticidad. «El mundo en que vivimos se podría definir como “la era de la autenticidad”» (Charles Taylor). Pero muchas veces, en este intento por ser auténticos, o ter conformas con soluciones baratas, con ilusiones, o te das cuenta de que decir “yo” solo con tus propias fuerzas resulta imposible. Decía Pirandello: «Al tocarme, decía “yo”; pero, ¿a quién se lo decía? ¿Y para quién? Para mí mismo (…), sentía la eternidad y el hielo de esta infinita soledad». Una “locura narcisista” que nos deja solos, y por tanto incapaces de decir “yo”.
Nace entonces la nostalgia de otra cosa. Canta Lady Gaga: «¿Eres feliz en este mundo o necesitas algo más?». Pirandello también lo intuyó: «Estamos condenados a advertir una sospecha de que hay algo misterioso para nosotros, por lo que, aun estando allí presente, nuestro espíritu está condenado a permanecer lejos». La razón puede llegar a afirmar que debe existir otra cosa, pero sin la posibilidad de conocer esa otra cosa y de alcanzarla, se queda en una hipótesis angustiosa e irrealizable.

Avanzando en el camino, Prades me recordó y me devolvió algo que estos años ha descubierto como el único camino para ir hacia lo que tiende mi corazón, el método que Giussani indicó y que entró en mi vida con Julián Carrón: «La realidad se hace evidente en la experiencia».
Hemos visto la lealtad con este método de Edith Stein, al darse cuenta de que su nada, su no-ser, y al mismo tiempo su ser, le es donado en cada instante: «En todo momento estoy ante la nada y debo recibir el ser de nuevo, momento a momento (...). Sin embargo, este no ser es “el ser” y por eso toco en todo momento la plenitud del ser».
Se me invita a comparar esta provocación y otras con mi experiencia, a verificar si lo que dice Stein es verdad. Mientras pienso en mi historia, puedo afirmar con seguridad que para mí no solo es algo verdadero, sino que lo es todo para mí. Ya no puedo hablar de mí, no puedo decir “yo”, sin hablar del encuentro que he tenido, es decir, sin pensar en el movimiento.

Prades nos invitaba a ir al origen de ese hecho. Promete y documenta que ir al fondo de lo que nos ha sucedido y sucede hace cada vez más cotidiana una familiaridad con el Misterio que entró en la historia hace dos mil años, haciendo posible, para quien lo encontrar y acogiera, la misma experiencia que yo vivo ahora. La vida se sostiene por esta autoconciencia: «Yo soy relación contigo». De ahí nace un yo unido, equilibrado y capaz de amar.

LEE TAMBIÉN – Alessandro, Chopin y el coraje de vivir

Como nos testimoniaba el sábado por la noche Guadalupe Arbona Abascal, solo en relación con un Tú que me genera, que en su experiencia ha pasado por el rostro de Carrón y de otros amigos, es posible amar. Guadalupe describió algunos frutos de esa generación, como la amistad con un profesor que parecía el más alejado a ella, en todos los sentidos, y con un alumno “de la última fila”, un bien que llegó atravesando las grietas sutilísimas que eran sus pasiones: para el primero, la lengua; para el segundo, la literatura.
Yo también deseo decir “yo” y amar así, por eso quiero seguir este camino.
Después de estos días, la Navidad asume todo su valor, real y misterioso, decisivo para mi vida. Sin ese acontecimiento, no sería yo, no existiría este camino para mí.
Sofia, Milán