Tokio (Foto: Jazael Melgoza/Unslash)

Mi familia en Japón

Marco se mudó a Tokio con su mujer y sus hijos. La experiencia del movimiento le conquistó hace años, pero con el tiempo el entusiasmo inicial se fue diluyendo…

Estando en Japón, he redescubierto la belleza viva del carisma, que últimamente percibo más fecundo que nunca. Conocí el movimiento cuando tenía 26 años (ahora tengo 47), y hace siete me trasladé a Tokio con Elena y nuestros tres hijos.
Cuando vivía en Italia, el carisma de don Giussani me cambió literalmente la vida, me conquistó. A nivel familiar y laboral, las cosas siempre me han ido muy bien. Pero con el paso de los años se fue abriendo paso una sensación de melancolía, una falta que también marcó mis primeros años aquí, en Japón.

Al venir, me di cuenta de que vivía todas las propuestas del movimiento de refilón, sin implicarme hasta el fondo. Si la propuesta no me gustaba, la ignoraba y nadie se enteraba. Llegué hasta el punto de que, cuando el ciclo de libros de Giussani empezaba a repetirse, el carisma ya no me decía nada nuevo. En definitiva, vivía el movimiento como algo cultural que daba por hecho, pensando que ya me lo había “aprendido”. Y dejó de interesarme.

Hasta que el mundo cambió. No solo por el Covid, sino por una serie de hechos que sucedieron en este lado del globo. La marcha, en poco tiempo, de mucha gente que llevaba años aquí nos dejó un vacío que gritaba con más fuerza que antes. Afortunadamente, algunos amigos llegaron después con la intención de quedarse una temporada. Al principio, no fue fácil para ellos, pero ver cómo vibraba en ellos su deseo me reclamaba a preguntarme el porqué de las cosas, qué pintaba yo aquí. Así, aquel encuentro fascinante (pero solo cultural) con el carisma, hace veinte años, se puso de manifiesto ante mí con como algo nuevo y vivo. Empecé a percibir el reclamo a mirar con más seriedad las cosas que hacía, lo que quería, y preguntarme qué es lo que me hace feliz de verdad.

Un día, como no podíamos viajar a Italia debido a la pandemia, organizamos una peregrinación a Nagasaki, siguiendo las huellas de los cristianos ocultos en los lugares de origen de Takashi y Midori Nagai guiados por Gabriele Di Comite. En aquel momento, personas que conocía desde hacía años, de pronto adoptaron un rostro familiar, el de una verdadera compañía. Así es como en el año del Covid he descubierto que mi familia en Japón es esta. De repente, me encontraba delante de un hecho nuevo que me invitaba a tomar en serio lo que me ha sucedido y me está sucediendo.

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De este modo, el carisma vuelve a suceder. Ya no es un seguimiento teórico-cultural, sino una relación carnal que responde a las preguntas de mi corazón. Porque nuestros corazones son increíblemente iguales, porque el corazón de un japonés o un coreado es igual que el mío, y todos gritan en busca de su cumplimiento, aunque tengamos historias muy distintas. De hecho, su corazón me conmueve aún más porque ellos no han tenido toda la cantidad de propuestas del movimiento que teníamos nosotros en Italia. En este pequeño lugar han encontrado a Alguien que responde a sus preguntas y los acoge, aunque ni siquiera serán cristianos. Es un milagro del que ya no puedo huir.
Marco, Tokio