Foto Unsplash/Konstantin Planinski

Bachiller a los sesenta años

Verse envuelto en la amistad con los chavales, acompañarles en tren a la Jornada de apertura de curso, irse a unas vacaciones de estudio, hacer la Escuela de comunidad… Gabriele cuenta todo lo que está aprendiendo

Durante el confinamiento, los universitarios amigos de mi hijo tomaron la iniciativa de acompañar a los bachilleres, una iniciativa en la que me invitaron a participar a mí, un médico de sesenta años. Cuando acabó el confinamiento, los universitarios retomaron sus actividades y nos quedamos Roberta y yo con un legado de dos quinceañeras y un grupo de WhatsApp formado por adolescentes desconocidos y adultos mudos. Seguimos haciendo la Escuela de comunidad con las dos chicas hasta que un día me encontré solo esperando sentado en un banco… menos mal que a mi edad aprendes que la espera nunca es en vano.

Después del verano, el 6 de octubre se convoca la Jornada de apertura de curso con los bachilleres. Mandé el aviso por el adormilado grupo, que de pronto cobró vida como cuando pisas un hormiguero. Por fin pude conocerlos. Así fue como me encontré organizando un viaje de 216 kilómetros con ocho chicas y un chico.

Lo más inmediato era ir en coche. Pregunté entre mis amigos adultos del movimiento y uno de ellos, que sí es profesor de verdad, respondió entusiasmado, como queriendo hacerme entender que estaba dispuesto a ir al fin del mundo. Nueve chavales y dos coches, no salían las cuentas. Esperaba que alguno acabara fallando pero en cambio se apuntó otra más. Para más inri, tres de las chicas me dijeron que sus padres no las autorizaban a ir en coche. Solo quedaba una opción: el tren regional. Nos lanzábamos a la aventura de un viaje rocambolesco de dos horas y cuarto para pasar allí cuatro horas.

Arrancamos: dos adultos y trece chavales. Viaje, video, juegos y cantos. Yo, que nunca en mi vida fui bachiller, pude vivir con el mismo entusiasmo que ellos aquella jornada. Fue una aventura fantástica y al principio tuve la tentación de reducirlo todo pensando: «¡Ya está!». Porque les propusimos la Escuela de comunidad pero muchos días no se presenta ni uno, aunque luego a las vacaciones de estudio vinieron cinco. La historia por tanto continúa…

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Con los chavales nunca puedes dar nada por descontado. ¡Qué hermoso es no limitarse a “cumplir reglas” y cuánto se parece esa actitud a mi deseo de libertad! No es mérito mío cuando las cosas “salen bien”, como tampoco es culpa mía cuando “salen mal”. Eso me ahorra mucha ansiedad, por mi incapacidad y por la precariedad de las circunstancias se hace aún más evidente que todo es obra de Otro.
Gabriele, Foggia (Italia)