Lisetta y Carmelo

Lo imprevisible se abre paso en medio del historial clínico

Lisetta describe la enfermedad y muerte de su marido, un camino lleno de dolor y de alegría. «Ver a mi marido transfigurado por la conciencia de ser amado por Jesús ha supuesto para mí la experiencia del ciento por uno»

A finales de julio de 2019, diagnosticaron a Carmelo, mi marido, una leucemia mieloide aguda y el 1 de agosto comenzó su ingreso, su primera quimio y la necesidad de someterse a un trasplante de médula ósea para luchar contra la enfermedad. Desde el principio lo afrontó todo –la enfermedad, el malestar, el primer ingreso, larguísimo, de cien días, el dolor de un tratamiento muy invasivo, el aislamiento– con un abandono confiado y alegre, dando siempre gracias por reconocer en cada momento de la jornada, en cada detalle, incluso el más insignificante, «la caricia del Nazareno», como solía decir. Para no olvidar nada de esta belleza que experimentaba continuamente, escribió un diario titulado “apuntes de una predilección”, donde decía entre otras cosas:

…Ha sido otro gran día de todas formas, también hoy, que empezó con el follón de una analítica bastante complicada, mis dos hermanos son una especie de ángeles custodios, mi madre, tan pequeña, empeñada en prepararme lo que más me gusta para comer, que me acompaña discretamente (¡quién sabe con cuánto sufrimiento por dentro!) llevando el peso de mi cruz, Lisetta que siempre es un regalo nuevo, que nunca puedo dar por descontado, los mensajes esenciales de varios amigos de la Fraternidad, los de algún otro que me cuenta los exuberantes frutos que nacen de la educación que recibimos, la inesperada visita del obispo Baturi, la llamada de Rosaura, la videollamada con Jacopo y con Giuditta, sus mensajes, las llamadas perdidas de Massimo al que ahora llamaré… ¿Pero qué ha pasado hoy en este santuario, en este habitáculo rectangular? Mientras acuso sin poder ocultar el cansancio de estos 24 días de hospitalización, aquí sucede la vida. Cristo no me abandona.

Durante este tiempo, yo viajaba desde Noto hasta Catania, donde él estaba ingresado, recorriendo doscientos kilómetros en días alternos. Aún tengo presente la enorme fatiga, el cansancio, la inquietud ante la más mínima evolución, pero sobre todo tengo presente el rostro alegre y cierto de mi marido, que también me interpelaba a mí. Lo he vivido todo en silencio, rezando con él, pidiendo su curación, pero sobre todo viviendo el abrazo de Jesús también en esa circunstancia tan dolorosa. Carmelo y yo recibimos mucho esos días, en términos de compañía y oración de amigos, cercanos y lejanos, y nuestro vínculo matrimonial también se profundizó y se hizo más esencial. Empezamos a experimentar de manera más transparente Quién sostiene nuestra relación conyugal.
Durante meses vivimos aislados, primero en el hospital y luego en casa, esperando el siguiente ingreso para el trasplante de médula, que llegó en enero de 2020, después de cinco sesiones de quimioterapia muy intensas. Luego empezó la recuperación, lentamente, con mejoras muy leves de día en día. En mayo empezaron a hablar de vuelva al trabajo, en julio nos mudamos al campo y poco a poco la vida fue adoptando rutinas más normales. Empezábamos a dejar atrás aquel periodo tan duro y agotador para dedicarnos a los proyectos futuros y al trabajo por hacer.

Pero en enero del año siguiente llegó la terrible noticia de que la enfermedad había vuelto. Poco después, Carmelo escribía:

El corazón se me resquebrajó ante la noticia de la recaída (aunque era una de las posibilidades). La recaída era probable, sí, ¿pero el encuentro con don Eugenio estaba entre esas posibilidades? Se abrió paso entre el historial clínico, las estadísticas, las curvas de probabilidad y los indicadores de previsión… No sé qué haría la medicación en mis células, pero sé que mi petición a Cristo para que me acompañara en toda mi vida (pero en todo, todo), en cada instante, desbancó en importancia a la petición del milagro (que siempre he pedido, esto no es ninguna broma) de mi curación. ¿De qué me vale una vida “sana” sin la plenitud de la compañía de Cristo? Yo quiero estar contento con mi vida y vivir con gente contenta.

Encontrarnos con un grupo de amigos con los que seguíamos la misa diaria online supuso un punto de no retorno en nuestra petición de sentido para la circunstancia que estábamos viviendo. Ver rostros alegres en medio del sufrimiento y del dolor por su certeza de ser amadas y estar hechas para un Destino bueno resituó nuestro corazón. Y abrió para nosotros un camino, para mí aún lo sigue haciendo, una ocasión de empezar a mirar esta circunstancia no como una desgracia sino como la apertura de un nuevo horizonte donde la perspectiva de la muerte ya no da miedo porque forma parte de un recorrido en cuya meta nos espera el abrazo de un Padre que en cada instante nos sigue haciendo, queriendo, amando.

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Hemos vivido el tiempo que se nos ha regalado disfrutando de cada instante de la jornada, dando gracias por las noches por el día transcurrido y por las mañanas porque se nos daba un día más por vivir. Ver a mi marido transfigurado por esta conciencia con la certeza de ser amado por Jesús ha supuesto para mí la experiencia del ciento por uno.
Mi marido festejó su llegada al paraíso el 20 de junio de 2021. Han pasado más de cuatro meses y me encuentro alegre en medio de un dolor agudísimo por su ausencia física. Sigo pidiendo reconocer a Jesús en cada momento de mi jornada y me sorprendo experimentando Su compañía en la belleza del atardecer, en nuestra hermosa campiña, en las flores del jardín, en la misa que celebraba en mi casa un sacerdote amigo nuestro durante todo el verano, seguida de una cena con los que participaban en ella, que siempre eran muchos, y a veces desconocidos, por el boca a boca. Ahora Su rostro es sobre todo el de mis amigos, que me abrazan y me sostienen de mil maneras posibles, que me acompañan en todo, y entonces pienso en la jornada de apertura de curso y en las palabras de don Giussani: «La consistencia de mi yo es que Tú me quieras, oh Dios…». Ahora mi petición cotidiana es que crezca esa conciencia en mí.
Lisetta, Noto