(Foto: Sam Balye/Unsplash)

El deseo que nos ha devuelto a clase

Stefano vuelve, después de varios años, a dar clase de filosofía en un instituto. El primer día del curso ya se encuentra con chavales cansados y con el desafío de tener que explicar a Kant. Y decide ponerse en juego con ellos

Septiembre, vuelvo a clase –por fin presencial– pero con algunos cambios significativos: después de varios años, vuelvo a dar clase de filosofía en un liceo científico.
Entro en quinto sintiéndome con el más pequeño en su primer día de clase pero me encuentro con algunos a los que ya se les ve cansados, como si hubieran dejado de esperar la llegada de algo bueno. Por si fuera poco, toca empezar por Kant, porque el año pasado no llegaron a terminar el programa. «Qué horror, encima de que no hay mucho entusiasmo por volver, les tengo que hablar de Kant».
Luego pienso: ¿pero qué tiene que decir su filosofía en comparación con el deseo de belleza y positividad de la realidad que me ha lanzado de vuelta a clase?

Y decido poner esta pregunta en juego con ellos. «¿En qué consiste la realidad que tenemos entre manos a diario, ahora mismo, y cómo puedo llegar a conocerla?».
Entonces ves cómo los ojos de algunos empiezan a abrirse, casi a brillar. Para mí esos ojos encierran toda la aventura de la enseñanza.

Recuerdo entonces una observación que hacía el dominico Adrien Candiard este verano en el Meeting de Rímini: «Creo que nos equivocamos cuando pensamos qué debemos decir al mundo, eso no interesa. Como cristianos, estamos al servicio de otra conversación. No la nuestra sino ese diálogo antiguo, eterno, entre Dios y el mundo. No nuestra conversación con el mundo sino el diálogo que Dios estableció con el primer hombre y que continúa con todos los hombres. Nuestra misión es servir a este diálogo, ayudar a todos a escuchar, allí donde estén, la voz de Dios».

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El diálogo que el Misterio sigue buscando contigo y con cada uno de los chavales que se te encomiendan cada mañana, un diálogo allí donde yo estoy, tal como soy. Y ponerse a su servicio, incluso con Kant.
Stefano, Monza (Milán)