La Evau y las respuestas que no bastan

Un examen extraño, preparado en parte presencial y en parte online. Con el buenismo de quien te recomienda «estar tranquila porque la salud lo es todo y solo hay que pensar en el futuro». Pero algo no te deja dormir por la noche…

La ocasión, quiero pensar que fortuita, que nos ha ofrecido la pandemia ha sido como un invitado inesperado que, al quitarse el sombrero, se ha puesto a mirarme fijamente a los ojos. Alguien que llega sin invitación y que decide ponerse cómodo y hurgar en los cajones que llevan cerrados mucho tiempo, esos de los que ni siquiera recuerdas dónde has puesto la llave. Alguien que se sienta a tu mesa, te mira y te llama por tu nombre, desafiándote al duelo más duro de todos: la vida. A todo esto, que a primera vista parecía un mal que no traería nada bueno, se añade el examen de la Evau.

Una Evau que este año vuelve a ser distinta, preparada a medias entre las aulas y las teclas del ordenador, respondiendo a una serie de input sin preguntarse nunca nada. Una nada que ha llegado a hacerse extrañamente atrayente en un momento en que, entre mi inquietud y mi desazón, la única respuesta que me daban mis compañeros y profesores era: «Tranquila, ya pasará. Dedícate a estudiar y a estar bien. Porque si tienes salud lo tienes todo».

Por mucho que he intentado eliminar estas sensaciones, no lo he conseguido. Cada vez que me repetían que «cuando tienes salud lo tienes todo», me hervía la sangre en las venas, porque tenía salud, pero me faltaba todo lo demás. Si daba el paso en falso de caer en el buenismo, en los lugares comunes y las palmaditas en la espalda, me iba perdiendo poco a poco, como “adormeciéndome”. Como quien solo vive para el mañana, para el “futuro” (que encima da muchísimo miedo). Pero en esta mentalidad, en este frenesí mecánico, no me siento a gusto.

Lo de un trabajo estable, una universidad top y un sueldo asegurado no me llama nada la atención. Pero todo el rato me decían que hay que estudiar para hacer una carrera, una carrera para estudiar un máster, un máster para encontrar trabajo, un trabajo para formar una familia… ¿Y luego? ¿Qué va después? ¿Hay sitio realmente para alguien que, ante una perspectiva así, se para y se pregunta “por qué”?

Con todo lo que estaba pasando y sigue pasando, ¿puede renacer la vida realmente, se puede volver a empezar? Ante el dolor silencioso de una persona amada, ante la lucha de un padre que se prodiga por su familia esperando volver a trabajar, una madre que se multiplica por amor… ¿cómo conformarse con “estar bien”?

¿Acaso puede bastar un 14 en la Evau o un proyecto de vida construido al detalle para satisfacer ese deseo de belleza que nos hace dar vueltas en la cama cada noche? Si pudiéramos extirparnos los ojos o el alma responderíamos que sí. Si pudiéramos confinar nuestro deseo, tal vez podríamos dejar que todo se calme y fingir que no ansiamos algo más grande.

Estos meses preparando la Evau, este último año tan particular, me han demostrado de manera inequívoca que es imposible para el ser humano dejar de esperar, de desear, de tender hacia algo más grande, aunque desconocido. Ante las incógnitas de la vida, del final del instituto, del comienzo de una nueva era, es inevitable pararse y preguntarse hacia dónde vamos y qué deseamos. Estos meses he vivido de manera insólita e inesperada con un gran deseo de plenitud y de vida que, cuando se topaba con la desilusión de algunos, se convertía en rabia.

Para otros, ese deseo que llama día y noche a mi corazón parecía más bien una enfermedad debida al estrés o al agotamiento. Yo lo siento como un bofetón en la cara, que todavía me quema y me pone en marcha. El estudio se ha convertido en un gran recurso, una lente de aumento para ir hasta el fondo de esa inquietud y de esa herida cada vez más ardientes.

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Ahora, aunque sigo enredada en mis dificultades, sufriendo con circunstancias imprevistas, respondiendo a los locos latidos de mi corazón, trato de aprender a mantener los ojos y los oídos bien abiertos. Nunca se sabe por dónde va a llegar el silbido de un tren o el renacer de la vida.
Agata, Catania (Italia)