«Dios lo usa todo para despertarme»

La palabra “espera” resuena en la vida de Hilda, irlandesa de Dublín, desde que era niña. El matrimonio, los hijos, su encuentro con el movimiento… «¿Qué más podía querer? Pero esa espera persistía». Y ante la prueba del Covid la cuerda se tensa

Mi experiencia en la pandemia ha sido muy rica, dolorosa pero rica. Una novedad que «rompe los huesos y que lacera», como decía Grossman. Empezando por la pregunta de Carrón, «¿hay esperanza?», que para mí tiene que ver con la experiencia de la espera. Una palabra, “espera”, que forma parte de mí desde que era una niña de siete u ocho años. Tenía una tía abuela monja que había estado en Nigeria más de cincuenta años. De vez en cuando venía a visitarnos. Recuerdo que una vez le pregunté si ella tenía esa sensación tan fuerte de espera. Me respondió que no me sintiera así, que no era tan especial… Estaba segura de que no me había entendido, pero pensé que, si ni siquiera ella sabía responderme, nadie más podría hacerlo.

Los años pasaban y esa pregunta nunca me dejó en paz. Cada vez que pasaba algo significativo en mi vida, me preguntaba: «¿Será acaso esto lo que espero?». El matrimonio, los hijos, el encuentro con el movimiento… ¿Qué más podía querer? Pero esa espera seguía estando ahí. Hace seis años, mi familia pasó por un momento especialmente difícil, entre enfermedades y muertes en la familia, la pérdida del trabajo… y los problemas en que se metió mi hijo mayor, que me llevó a tomar la difícil decisión para una madre de alejarlo de casa por su bien.

En aquel momento empecé a entender que el carisma, cuando lo tomas en serio, te despierta realmente y hace más sencilla la pertenencia a Cristo. En Escuela de comunidad estábamos leyendo entonces la parte sobre los sacramentos en Crear huellas en la historia del mundo. Yo iba a misa los domingos, no a diario. Pero empecé a confesarme más a menudo. Como dice Giussani, el primer paso de un camino verdaderamente humano es el cuidado de nuestro yo. Solo pensaba que las cosas que me molestaban de mi humanidad Dios las pondría en orden. En cambio, con el paso de los meses, veía que en vez de ordenar las cosas me hacía ser más yo misma. Esos límites que yo veía en realidad eran un don.
En medio de todo eso, aquella espera aún seguía persistiendo. El Señor había entrado de manera dramática en mi vida, como si estuviera pidiendo más.

En marzo 2020 contraje el Covid y caí gravemente enferma. Se me escapó la risa delante del médico que me prescribió aislarme durante dos semanas… Unos días después empecé a empeorar. Pasé varios meses bastante mal y también me surgió un problema de corazón que no sabía que tenía. Me encontraba demasiado mal hasta para rezar, me limitaba a repetir Su nombre. No quería desperdiciar ese tiempo, así que rezaba por los que estaban peor que yo en el hospital. Al cabo de tres semanas me añadí en mi lista porque volví a empeorar. Pero no estaba sola. La compañía de mis amigos era la presencia física del Señor.
Los días pasaban y cada vez se concretaba más la posibilidad de morir. Tenía mucho miedo, pero siempre confié en que el Señor estaba conmigo. «Está bien, quizá tengan que ponerme oxígeno», pensaba, «pero Tú estarás conmigo ahí. Tal vez me intuben y me inducirán el coma, pero Tú estarás ahí conmigo. ¿Y si muriera? Iré contigo, por fin podré verte cara a cara». Seguía teniendo miedo, pero estaba en paz.

Empecé a recuperarme lentamente. Tuvieron que pasar seis semanas. Pero estaba agradecida. En casa, con mis hijos en cuarentena, los miraba y lloraba de agradecimiento por tenerlos.
También para mi marido, Sean, estos meses han sido un periodo de gracia. Él es voluntario en una obra caritativa local dedicada a los sintecho, concretamente atiende a una persona “difícil” con problemas de consumo de drogas y alcohol. Todas las semanas va a visitarle, a él y a su familia, y les lleva comida y otras cosas que necesiten. Muchas veces se encuentra con que no está en casa, a veces durante días, porque está por ahí emborrachándose o drogándose. Pero mi marido ha empezado a hacerse amigo suyo porque desde el principio ha visto en los ojos de este hombre algo que le hace sentirlo muy cercano. En cambio, muchos voluntarios miran su comportamiento como una objeción y no quieren tener nada que ver con él.

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Últimamente, este hombre le ha contado a mi marido su historia entre lágrimas, llena de abusos y violencia doméstica. Sean se quedó impactado, no tanto por la descripción de una infancia terrible, sino por el juicio que este hombre hizo diciendo que no se sentía abandonado por Dios: «Él está de mi parte». ¿Qué ha visto en mi marido sino esta acción de Cristo? ¿Y qué ha visto mi marido en ese pobre hombre, sino a Cristo? Hoy Sean espera con impaciencia esos encuentros semanales y siempre vuelve a casa cambiado.

Don Giussani nos habla de la esencia del carisma como entusiasmo y asombro por el hecho de que Dios se ha hecho hombre y está presente en nuestra compañía, dentro de cada circunstancia. Él lo usa todo para despertarme y esto hoy se ha convertido en una aventura increíble. Es una auténtica respuesta a mis pensamientos sobre esa espera que siento en lo más profundo de mí misma. Ahora comprendo que se me ha dado como un regalo para mantenerme despierta y viva. Pido a Dios que esta espera no me abandone nunca.
Hilda, Dublín (Irlanda)