Foto Unsplash/Artem Maltsev

La tarea continua de ser auténticos

Más de cuarenta años de enseñanza celebrados con los compañeros y con una carta a cada alumno. Una historia llena de rostros, momentos, y también errores. Con una mirada que ha ido cambiando con el paso del tiempo

Fin de semana anterior a los exámenes finales. Un grupo de compañeros prepara un aperitivo para mí y para mi compañera de Matemáticas, que nos vamos a jubilar. Poco antes del postre, tomo la palabra para expresar lo que llevo en el corazón desde hace tiempo y mi gratitud a cada uno de ellos, por ese gesto y por todo lo que ese gesto indica. Quiero comunicarles lo que me ha movido durante más de cuarenta años de enseñanza y sobre todo mi agradecimiento, a mi regreso después de muchos años de misión en Perú, por todo lo que había cambiado en mí y con ellos en los últimos años; años difíciles y al mismo tiempo llenos de entusiasmo, de afecto y de frutos inesperados, llenos de compromiso. Así, de manera un poco confusa, en una despedida improvisada, deseaba decirles todo lo que había aprendido y madurado en todo este tiempo.

Cuando hice mi primera suplencia eran los días del secuestro de Aldo Moro, marzo de 1978, muchos de mis compañeros aún no habían nacido, pero quise evocar con una imagen dramática todos los cambios que ha habido durante estas décadas en el mundo y en la educación. Para mostrar la tarea que aún tenemos por delante, la de reconstruir la humanidad, empezando por la nuestra, para ser más auténticos.

Fui avanzando libremente por mi memoria, rostros, momentos, palabras escuchadas, también errores cometidos, pero el sentimiento dominante era que en estos 42 años he aprendido a mirar a mis alumnos, ha cambiado mi mirada, hacia ellos y al mundo entero, asombrado por ese «Misterio eterno de nuestro ser», que soy yo y también ellos.

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En la última clase, le di a cada alumno una carta donde, entre otras cosas, les decía: «Mientras acaba mi carrera docente, vosotros empezáis el último tramo de instituto, luego la universidad y la vida, con sus compromisos familiares y laborales. Me gustaría, ante todo recordar a las personas de las que he aprendido y por las que decidí dedicarme a la educación: mi madre, una apasionada profesora de Literatura clásica, y en la universidad, un gran maestro, un sacerdote que me enseñó a mirar las cosas salvando siempre a la razón. De él aprendí lo que significa ser siempre joven. Decía: “La juventud es una actitud del corazón. Se es joven cuando uno no se acomoda, sino que está en tensión frente a la realidad, con avidez por aprender lo que esta nos sugiere sobre nuestro destino, de forma que la realidad suscite las preguntas que constituyen el corazón del hombre y que son reflejo del destino en nosotros y esperan una respuesta que afecta a toda la vida”. Os deseo que nunca os quedéis tranquilos, “no poder estar satisfechos de ninguna cosa terrena”, como diría Leopardi. También os deseo a vosotros ese ser indomables, esa pasión por vivir buscando la razón y el sentido de todo, para “perseguir virtud y conocimiento”, como dice Ulises en el Infierno de Dante».
Giancorrado, Milán