Entre las agujas del Duomo de Milán (Foto Unsplash/Christoph Schulz)

«No por lo que hago, sino por lo que espero»

En lo alto del Duomo de Milán, acaba un «curso precioso». Así lo describe una profesora ante el asombro de una clase que acepta su invitación el último día de clase

El fin de curso en tercero del grado de técnico electrónico donde doy clase nos ha traído grandes sorpresas. Este año, estudiando el Infierno de Dante, se quedaron fascinados con Ulises. Por ese motivo, por indicación de una amiga, una tarde de mayo les invité a una lectura de ese Canto que se había organizado en el Duomo de Milán. Con gran sorpresa por mi parte, diez de ellos aceptaron la invitación. Fue un momento sencillo, muy bonito, nada obvio. Pero esa tarde fue sobre todo una ocasión para “descubrir” qué es el Duomo. De hecho, al acabar la lectura se multiplicaron las preguntas sobre las imágenes escultóricas y sobre las agujas: «¿Cuántas hay? ¿A qué altura está la Virgen? ¿Es toda de oro?». Era tal su curiosidad que subimos hasta el último piso para poder observarla más de cerca.

Dada la situación, proponerles una visita al tejado del Duomo casi obligado. Y la clase se apuntó al completo, lo que me dejó sin palabras. Así que la tarde del último día de clase quedamos para hacer nuestra curiosa excursión. De todo el grupo, solo tres habían subido ya alguna vez, «de pequeños». Me preparé, estudié varios materiales para estar a la altura, pero antes de subir los chicos estaban tan emocionados que no hubo manera de añadir nada. Pero fue mejor así, fue el Duomo quien habló: al llegar arriba, mis alumnos quedaron abrumados ante tanta belleza.

Todos, sin que yo les dijera nada, disfrutaron del espectáculo en silencio. Después, por grupos, empezaron a hacer fotos y luego me hicieron algunas preguntas sobre el significado de lo que estaban observando. Uno de ellos, especialmente curioso, me dijo que «tendría que haber un libro con la explicación de todas las agujas del Duomo». Le respondí: «¡Está en mi bolso!». Se lo dejé y era un espectáculo verle pasear por las terrazas con su amigo y el libro en la mano, buscando las agujas de las fotos. Para luego acercarse con nuevas preguntas. Una dinámica tan sencilla como imponente: del asombro al conocimiento. Después de más de una hora de contemplación, selfies, preguntas y charlas, bajamos para saborear un helado y desearnos un buen verano.

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Pensando en esa tarde, me digo que realmente ha sido un curso precioso. Muy duro, a veces agotados por tantos cambios –aperturas, cierres, clases en cuarentena, alumnos enfermos– pero me he dado cuenta aún más de cuál es mi tarea allí donde estoy. Repasando todas las cosas que han pasado, reconozco que solo mi sí, solo mi adhesión al Señor es la razón adecuada para convocar a estos veintidós alumnos, cuando ya las clases han acabado, a pasar una tarde con su profe de Literatura. No hay otro imán más eficaz. No basta la explicación de que un profesor aún joven pueda implicarles con más facilidad por una supuesta mayor cercanía, pues la edad también pasará. Solo mi sí a Cristo, que me los da ahora puede suscitar algún atractivo ante ellos. Como dice el Salmo, «¿qué daré al Señor por todo lo que me ha dado? Alzaré el cáliz de la salvación invocando el nombre del Señor». No es mi hacer, sino mi espera de Él. Y reconocerlo, conmovida, en el mismo instante en que estoy con ellos.
Marta, Milán