La vigilia de los universitarios con el arzobispo de Milán

Universidad. «La libertad para decir “aquí estoy”»

El deseo de volver a empezar después de un año de restricciones y agotamiento. Los ateneos vuelven a repoblarse y Sofía comparte sus preguntas, y la provocación del arzobispo de Milán en su vigilia con los universitarios

Milán, 5 de mayo de 2021. La universidad empieza a repoblarse, vuelven las clases presenciales y aprovecho la ocasión para comer con dos compañeros que conocí hace poco. Lidia, mientras pide su plato, piensa en la presentación de Filosofía estética que dentro de poco tendrá que exponer delante de todos los alumnos del curso y confiesa que tiene miedo debido a su inseguridad: «Para sentirte libre ante estos desafíos, tendría que aprender a ser menos tímida, más segura de mí misma, expulsar todos mis pensamientos negativos». Nicola habla de su cansancio debido a las restricciones que aún siguen vigentes. «Después de un año, ya tengo ganas de volver a ser libre».

Entonces pienso en mí. Nunca podré liberarme de las heridas que este año tan dramático ha causado en mi vida y tampoco puedo acallar la pregunta que sale buscando algún sentido a todo esto, esos «pensamientos negativos» de los que hablaba Lidia. Tampoco puedo fingir que las restricciones no me importen. ¿Cómo puedo ser libre? ¿Qué significa para mí “ser libre”?

Al cabo de unas horas se abre paso en mí una intuición, mientras subo pedaleando a la iglesia de Santa María para participar en la “Noche de Nicodemo”, una vigilia de oración para universitarios, propuesta por la diócesis de Milán y presidida por su arzobispo, monseñor Mario Delpini.

Antes de entrar, oigo una voz que pronuncia mi nombre: «Hola, Sofia». Me giro: es Giovanni. No nos conocemos mucho, yo voy a la Universidad Estatal mientras que él va a la Católica. Sabe mi nombre, y yo el suyo, porque ambos participamos de la vida del movimiento y colaboramos en la secretaría de los universitarios. De vez en cuando intercambiamos mensajes de correo electrónico. Inmediatamente ese saludo cobra sentido para mí. Lo miro al entrar en la iglesia y pienso: tú puedes pronunciar mi nombre y saludarme, así se entabla una amistad, porque tiene un origen común. Ambos hemos encontrado en el movimiento una compañía de amigos que están a la altura de nuestra pregunta más auténtica. Miro a mi alrededor y veo a cientos de jóvenes que van entrando ordenadamente. Me sorprendo mirándolos como amigos. Todos están aquí porque cada uno de ellos, a pesar del año de pandemia, ha encontrado una compañía –la Iglesia– que está a la altura del drama que han vivido y viven.

Empezamos a rezar y esta conciencia, gracias a las palabras del arzobispo, se va aclarando cada vez más en mí. «Vivimos una época confusa», dice Delpini. «No porque no surjan preguntas, sino porque no hay a quién planteárselas, y por eso no sabemos de qué respuestas podemos fiarnos (…). María es llena de gracia no porque no tenga preguntas sino porque su manera de preguntarse por el sentido de las cosas es un diálogo con un Tú, en vez de encerrarse en sí misma, es un ofrecimiento de amor en vez de dudar si darse o no. (…) María, la joven de las preguntas, dice: “Aquí estoy”, porque conoce el misterio del amor, la profundidad de Dios, y de Él invoca la luz».

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Igual que María, cada uno de nosotros con su historia, cada uno con su inquietud, podemos decir “aquí estoy”. A la salida, me dice Tommaso: «Tengo 22 años, podría estar en cualquier otro sitio en este momento, pero en cambio hoy he decidido ir a misa, después a la Escuela de comunidad y luego aquí». Entonces pienso: esta es la libertad que buscaba, no una solución para mis preguntas y problemas, que muchas veces no tienen solución, tampoco una manera que eliminar mi inquietud, sino mi disponibilidad ante un misterio que, al manifestarme su amor mediante la compañía de la Iglesia, me permite estar en pie ante mi drama, para descubrir cada vez más quién soy. Pienso en la cuarentena, en las cuatro paredes de mi habitación y en la aparente falta de cualquier “libertad”, y me digo con certeza: esta compañía nunca me la van a poder arrancar, ni mi libertad para decir: “aquí estoy”.
Sofia, Milán