Giovanni Francesco Romanelli, "San Pedro y San Juan en el sepulcro de Cristo" (detalle), 1640. © Los Angeles County Museum of Art

Una madre en el Triduo Pascual

Anna, después de ocho años de acabar la carrera, vuelve a seguir el Viernes Santo de los universitarios de CL. «Aunque sea esposa y madre, necesito un Padre al que seguir»

Gracias a la disponibilidad de mi marido, que se llevó a los niños un rato al parque, pude participar en el Viernes Santo de los universitarios de CL. Acabé la universidad hace ya ocho años, así que fue como volver a sumergirme en ese gesto tan hermoso y familiar para mí. Enseguida me conmoví y me invadió una inmensa gratitud. Tuve que volver a reconocer que el movimiento es ese lugar, esa casa que me hace formar parte de la Iglesia y de Dios. A pesar de ser esposa y madre, eso no quita que sea hija y por tanto siempre necesito un Padre al que seguir. Para mí, el movimiento es un lugar lleno de rostros donde se me invita continuamente a responder a la pregunta: «¿Tú me amas?». Todos los gestos que se me proponen solo quieren responder a eso. He colgado en la cocina esta frase, tomada de un encuentro: «Nuestro problema no es si nos juntamos para hablar de Él, para hacer nuestros encuentros o gestos, sino si todavía hay alguien que viva atraído por Él, que se deje aferrar hasta las entrañas por Él para no acabar en la nada».

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El hecho de ser madre y tener mucho menos tiempo para mí me ha purificado mucho a la hora de comprender que el movimiento no consiste ante todo en participar en los gestos sino que sobre todo es el lugar donde se da esta relación continua del Señor conmigo. Con el tiempo, esto me ha hecho darme cuenta de que estoy empezando a querer cada vez más a la gente que conozco y a mí misma. Me conmoví siguiendo el Viernes Santo porque era la ocasión de volver a encontrarme con Él y hacerme más amiga suya.
Qué sorpresa caer en la cuenta de que Dios siempre me ha sostenido, independientemente de mis múltiples traiciones, para que no abandone este camino.
Anna