Ejercicios espirituales de CL en Rímini, en 2018 (Foto: Roberto Masi)

«He empezado a preguntarme quién soy yo»

Insatisfecha, cansada y desconfiada, Mara se pregunta: «¿Qué quiere Dios de mí?». Luego conoce CL y durante el confinamiento llega una inesperada alegría, y su decisión

Hace quince años murió mi madre, con tan solo 53 años, después de una larga enfermedad. Fue un periodo muy doloroso, mi vida dio un vuelto, todos mis proyectos y deseos se desvanecieron en la nada, me encontré sin una madre, con una casa que gestionar y un padre que atender. Además, acababa de empezar en un trabajo que me encantaba, pero conciliar todo eso era realmente estresante. Tuve muchos amigos me acompañaron, pero ninguno de ellos podía colmar mi vacío.

Siempre he sido creyente y practicante, pero ante todo lo que me estaba pasando me costaba aceptarlo, trataba de encontrar la solución y la respuesta para todo. ¿Resultado? Insatisfecha, cansada y desconfiada, era un continuo preguntarme: «¿qué quiere Cristo de mí?».

Hace cinco años decidí cambiar de trabajo y allí conocí CL. Mi jefe, que pertenecía al movimiento, por aquel entonces estaba atravesando una época muy complicada en su vida, hasta el punto de querer dejarlo todo. Pero yo veía a sus amigos del movimiento que le seguían mirando con una ternura inexplicable. Movida por la curiosidad, intentando entender qué había detrás de aquella mirada, de aquella atención, empecé a participar en los gestos y encuentros que el movimiento me proponía. Me gustaba, aunque solo fuera por mirar a algunos de ellos, con unos ojos tan luminosos que no podía olvidarlos; de hecho, gracias esos ojos encontraba fuerza y coraje para afrontar diversas dificultades. Empecé a experimentar que Cristo me estaba rescatando, con su carnalidad, a través de una compañía que yo no he elegido. Empecé a preguntarme: «¿Pero quién soy yo?», en vez de: «¿Qué quiere Cristo de mí?».

Aunque vivo la experiencia del movimiento desde hace más de cuatro años, hasta ahora no había decidido inscribirme en la Fraternidad. No me gusta hacer las cosas mecánicamente, varias veces tuve el deseo de hacerlo pero también un poco de miedo, quería que mi «sí» fuera maduro, libre. Nada sucede por casualidad. Fue precisamente durante el confinamiento cuando comprobé lo importante que es en mi vida esta compañía, aunque esté distante físicamente, sencillamente haciendo memoria de lo que he encontrado, de los rostros y conversaciones que he tenido, al terminar la jornada estaba alegre. Solo gracias a una compañía que te devuelve a Cristo, se puede vivir así.

LEE TAMBIÉN – Brasil. La belleza y el dolor van juntos

Seguramente tendré muchas caídas, pero también tengo la certeza de que solo puedo levantarme si permanezco pegada a este lugar y a esta compañía donde Cristo se me hace presente.
Mara, Chieti (Italia)