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Mi nueva morada (temporal)

El virus golpea a Nando y lo encierra en la habitación de un hospital. Pero su compañero de habitación y el consuelo de los que están fuera no le dejan solo. Una compañía que no da tregua. Como cuando se iba de joven al parque de atracciones…

«No estamos solos porque Alguien ha venido a acompañarnos en la vida», don Julián Carrón.
Estoy empezando mi cuarta semana de enfermedad: una pulmonía bilateral por Covid19 definida por los médicos como “muy seria”. Este virus vil y tenaz te golpea y te fustiga por todas partes. Además del dolor, el cansancio y la fatiga por la falta de aire, la consecuencia más grave es el aislamiento de tus seres queridos, obligándote a permanecer encerrado en la habitación de un hospital donde, si te va bien (como en mi caso), te encuentras con un compañero de habitación anciano que apenas le saludas te despacha diciendo que le dejes rezar.

De un encuentro tan banal puede nacer una hermosa amistad, sostenida por el hecho de que ambos creemos en Jesús y nos ayudamos mutuamente dentro de las condiciones que la realidad nos impone. Esta situación, esta nueva realidad, no domina, no prevalece, no es la dueña de todo, porque además de esta nueva e inesperada amistad que me hace estar alegre, lo que más me sorprende, de manera excepcional, es recibir, continuamente en estos más de veinte días ingresado, mensajes y llamadas de mis familiares, de mis amigos del grupo de Fraternidad y de todos los amigos de la comunidad, que no te dejan solo ni un momento a lo largo de la jornada, que te acompañan constantemente con esa mirada de bien con la que se te acercan, con tanto afecto por tu destino. Lo más bonito es que no eres el único en darse cuenta, hasta tu compañero de habitación se sorprende y te pregunta quiénes son todos esos amigos «que no me dan tregua» animándome e interesándose por mi salud. Es como sentir una fuerza centrífuga, como me pasaba de joven cuando me saltaba alguna clase con mis amigos para ir al parque de atracciones, donde continuamente te lanzabas a lo más alto para sentir el vértigo de volar en el vacío, pero volviendo siempre el rostro hacia tus amigos.

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Ahora que soy un poco más mayor, también me veo lanzado continuamente, relanzado y rescatado con mensajes, conexiones por Zoom para rezar juntos el Ángelus, el Rosario o hacer la Escuela de comunidad. Es increíble que mi vida en la habitación de un hospital ahora sea mi nueva morada, donde siento igualmente el afecto de mi familia, de mis amigos de los que más quieres, incluido tu compañero de habitación.

Pedir aquí, en el hospital, «con humilde certeza, que el inicio de cada jornada sea un sí al Señor que nos abraza y hace fecundo el terreno de nuestro corazón», tiene otro valor, otro peso, una gratitud consciente y distinta a como lo era antes, me atrevería a decir que más motivada.
Nando, Gerenzano (Varese, Italia)