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Génova. «Ahora nos podemos abrazar con los ojos»

Una profesora se enfrenta a una clase totalmente nueva, a la que solo conoce a través de mascarillas y pantallas. Luego, las vacaciones de Navidad, con una cena benéfica online y dos jornadas de estudio. Al volver a clase, «ya no es lo mismo»

Este último tiempo, entre las clases online y las vacaciones en casa, se ha revelado lleno de sorpresas, aún más inesperadas debido a lo previsible de la situación. Al principio me sentí muy provocada al ver que las clases no iban a ser presenciales, pero nunca perdí la certeza de que incluso así podía suceder algo. No me faltaban miedos ni perplejidades, sobre todo porque me tocaba una clase nueva de tercer curso de liceo científico y solo pude conocer a los chavales con mascarilla y luego ya solo online, por lo que me parecía casi imposible tener con ellos una relación no formal, y sufría por ello. Pero después de muchos pequeños signos, llegó el cambio.

Antes de las vacaciones de navidad, en mi instituto se suele organizar una cena de recogida de fondos para la campaña de AVSI, una cita fija desde hacía veintitrés años en la que participan más de trescientas personas. Surgió la idea de hacerla online, llevando a casa de los “participantes” las recetas genovesas preparadas por el chef que normalmente prepara esta cena y comer todos juntos por video.

Unos amigos se encargaron de llevar a cabo la idea y al final, como en el Meeting de Rímini 2020, se alquiló un estudio de grabación desde el que se haría la retransmisión. Hubo más de trescientas personas conectadas en una velada estupenda, con actuaciones de grandes y pequeños, en un clima de amistad increíble y con el testimonio en directo de Davide y Erika, muy amigos nuestros, que llevan unos meses en Burundi. Las sorpresas no acabaron ahí. Justo los alumnos de mi nueva clase de tercero, a los que invité en una clase online, eran los encargados de repartir la comida y preparar el escenario, y luego me escribieron para darme las gracias por la experiencia… Dicho de otra manera, se “pegaron”.

Después, durante las vacaciones, organizamos con unos amigos profesores dos jornadas de estudio para los que se presentan este año a la selectividad, con un “seminario online”. Se inscribieron cincuenta chavales de varios centros de toda Liguria, y varios compañeros docentes. Fueron dos días llenos de vida y terminamos con una noche de testimonios abierta a todos, de nuevo con Davide y Erika, que nos contaron las razones por las que decidieron partir y qué significa, en definitiva, seguir un deseo verdadero. Inesperadamente, llegamos a cien personas, mis alumnos de tercero fueron de los primeros en conectarse y en ponerse a preguntarles sobre su vida, su libertad, su amor. Uno de ellos, al que le daba vergüenza hablar delante de tanta gente, escribió en el chat para que su pregunta la leyeran otros. No solo no había nada que les impidiera o limitara su presencia, sino que incluso podían saltar los límites de espacio y tiempo, de tal modo que parecía que Burundi estaba en la puerta de al lado.

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Al retomar las clases, ya no era lo mismo. Uno se conmueve comentando un libro que ha leído, está en clase y estudia. Los alumnos de mis tres clases están ahí, puedo amarles a través de la pantalla, puedo mirarles a la cara, nos podemos abrazar con los ojos. Tal vez no podamos hacer las cosas de siempre, ni los gestos en los que siempre pienso, pero estas relaciones son “distantes” solo formalmente, pues están más presentes que nunca.

Marina, Génova