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«¿Cuál es mi contribución al mundo?»

El Covid, el trabajo en las mejores universidades británicas, el descubrimiento de la “variante inglesa”. Alessandro, investigación, cuenta sus últimos meses de pandemia. Y algo que tiene que ver con el gusto de la vida…

Estos meses de pandemia han sido un gran momento para redescubrir que “yo soy” porque estoy en diálogo con Alguien. Quiero intentar describir este diálogo con algunos hechos muy sencillos que me han sucedido en mi trabajo.

Hace unos meses, cuando la pandemia acababa de empezar, impactado por el testimonio de muchos amigos, no todos en primera línea, y por la impresionante solidaridad que se ha generado entre tanta gente, se despertó en mí un profundo deseo de contribuir yo también. A los pocos días, en la universidad estaban buscando científicos para hacer los test en el Milton Keynes, uno de los laboratorios a los que se envían las pruebas de PCR (la proteína C-reactiva que se estudia también para el coronavirus). Enseguida hablé con todos mis compañeros y logré convencer a la mayoría de ellos para que fueran conmigo. Solo faltaba una persona, probablemente la más importante: mi jefe. Le llamé, convencido de que me dejaría ir. ¿De qué mejor manera podemos usar nuestro tiempo?

Sus palabras fueron claras, indiscutibles y en cierto sentido luminosas: «No, si quieres ayudar, tienes que hacerlo partiendo de lo que sabes hacer, tienes que intentar usar tus capacidades y lo que has aprendido hasta ahora, y dejar los test a los que saben hacerlos». Al principio intenté rebelarme diciendo algo como que «nuestro trabajo no es más noble que el técnico». Pero no hubo manera de hacerle cambiar de idea, y honestamente ahora, pensándolo bien, creo que su realismo era justo.

Pero lo que más me impactó fue que volví a empezar a preguntarme cuál era mi contribución al mundo. Con conmoción, me di cuenta de algo: «han pasado siglos desde la última vez que afronté esta cuestión». Era una pregunta verdadera, no estaba intentando convertirme en salvador del planeta. Era evidente, yo no era capaz de salvarme ni a mí mismo, ni siquiera un instante, tenía que afrontar circunstancias complicadas, como todos: aislamiento, incertidumbre, el sacrificio de no poder ver a mis amigos. Imagino que como cualquiera, experimenté toda mi incapacidad para resolver la situación. No sé si mi jefe entendía de verdad lo que decía. Es probable que solo quisiera que yo no me “distrajese”. Lo cierto es que, justo después de esa llamada, empecé un camino, un camino personal para redescubrir toda mi humanidad y esa pregunta sobre mi contribución. A veces gritando contra Dios, pero extrañamente en paz. Un camino ligado también a mi trabajo, empezando a buscar otro empleo para estudiar concretamente el Covid. No creo que eso hiciera feliz a mi jefe, sobre todo porque él fue el motivo por el que comencé todo este proceso.
Unas semanas más tarde, en junio, me topé con el anuncio de otra universidad dedicada al Covid y sus mutaciones. Decidí mandar una solicitud, mientras pensaba para mis adentros: «Dios mío, si quieres que contribuya, aunque solo con una pequeña aportación, yo estoy disponible, que se haga tu voluntad». Conseguí el empleo, estaba en el séptimo cielo, pero no era como me imaginaba. Este virus es realmente diferente a todo lo que hemos estudiado hasta ahora. El trabajo era abrumador, con gran cantidad de horas “sobre el terreno”, pero lo que puedo decir es que lo que prevalece en mí sigue siendo aún la alegría de aprender. Todos los días me recordaba a mí mismo que Otro me quería allí y que era Él quien me daba el gusto por lo que estaba haciendo.

A los dos meses, mi grupo descubrió la famosa “variante inglesa”. Enseguida vimos que se trataba de algo muy importante, con enormes implicaciones, como por ejemplo la cancelación de todos los vuelos a Italia, que me obligaba a quedarme solo por Navidad. Pero en aquel momento lo único que resonaba en mis pensamientos era aquel «Dios mío, si quieres que contribuya, aunque solo con una pequeña aportación, yo estoy disponible, que se haga tu voluntad». Creo que “Su voluntad” es lo más interesante. Dios es realmente capaz de todo.

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Sé que mi disponibilidad no es perfecta, qué que a menudo tiendo a estar disponible solo a lo que más me corresponde o ya tengo en mente. Sé que la conciencia que he alcanzado respecto a mi contribución al mundo es una línea muy sutil, y podría resultar fácilmente la punta del iceberg de mi egoísmo. Pero qué diferente es cuando parto de Otro y no de mí. Hace poco releí el drama Brand de Ibsen. Siempre me ha impactado el grito final del pastor Brand: «Dios mío, respóndeme en esta hora en que la muerte me arrastra: ¿no basta entonces toda la voluntad de un hombre para conseguir una sola gota de salvación?». Don Giussani dice que a ese grito responde la humilde positividad de santa Teresita del Niño Jesús cuando escribe: «Cuando tengo caridad, solo es Jesús que actúa en mí». Yo estoy a mil millas de eso. A decir verdad, creo que se puede decir lo mismo sobre el gusto de la vida. No me lo puedo dar solo. Puedo buscarlo, puedo desearlo, puedo implorarlo, pero depende de Él, no de un esfuerzo mío.

Alessandro, Nottingham (Gran Bretaña)