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Vacaciones online, para volver a aprender a vivir

Tres noches, dos tardes de estudio y una asamblea final. Sin haberse visto nunca antes “en persona”, una joven invita a treinta amigos encontrarse por Zoom. «Basta con decir sí a la realidad y suceden cosas inimaginables»

Al empezar la segunda oleada de contagios, mi hermano y yo nos dijimos: «En el primer confinamiento se nos pidió sobrevivir, en este se nos pide volver a aprender a vivir». Todos los años, durante las vacaciones de Navidad, los de mi grupo de bachilleres pasan fuera tres días juntos, jugando, estudiando y conociendo gente. Este año necesitaba más que nunca estar con personas que pudieran ayudarme a tener los ojos abiertos. Por eso me dije que teníamos que encontrar la manera de hacer las vacaciones igualmente. Era evidente que no sería como otros años y que no podríamos vernos “en persona”, así que decidimos hacerlo online. Cuando se me ocurrió llamé a Luisella, la responsable de mi grupo de bachilleres, y me dijo: «¡Qué bien, adelante! Avisa al resto y pensamos cómo hacer».

La tarde que me dediqué a hacer llamadas para proponer la idea fue un poco surrealista. A la gente de mi Escuela de comunidad no los he visto nunca en persona porque yo me incorporé el pasado mes de octubre, así que todas las conversaciones empezaban presentándome: «Hola, soy Giulia, la nueva del grupo de bachilleres, no sé si sabes quién soy...». Todos me sorprendieron porque aceptaron inmediatamente y les entusiasmó la idea. Solo quedaba organizarlo.

Hablamos, decidimos el lema, “¿Y tú qué esperas?”, las fechas, las actividades, y luego invitamos a los amigos. Decidimos hacer tres noches (dos de juegos y un testimonio) y dos tardes de estudio. Inesperadamente, mucha gente aceptó, éramos casi treinta. El 27 de diciembre empezaron las vacaciones y, aunque solo nos veíamos por Zoom, fue una sorpresa, algo que nadie imaginaba. Para los juegos, tiramos de los que se hacían en marzo por teléfono, como el Kahoot, pero también hicimos adaptaciones de juegos clásicos. Todos participaron, tanto los que lo hacían por primera vez como los que ya habían ido a varias vacaciones, para todos era una manera muy diferente de jugar juntos, que nos permitía acompañarnos.

Las tardes de estudio también fueron muy bonitas. Conectados por Zoom con la cámara encendida y el micro apagado, cada uno se organizaba por su cuenta, de un modo muy sencillo, pero estudiar con alguien delante, poder levantar la mano para preguntar algo a alguien era una ocasión de hacernos compañía y me ayudó a no perder el tiempo. Me hacía estar más contenta ante lo que tenía que hacer porque no estaba sola. En el testimonio participó el padre Francesco Ielpo, franciscano de la Custodia de Tierra Santa, que nos contó su historia. Nos dijo que para cambiar el mundo no hay que hacer grandes cosas. «Basta con decir sí a la realidad, y entonces suceden cosas preciosas, inimaginables. Mi vida ha sido así». Llegó a expresar lo mismo que estaba viviendo yo: decir “sí” a lo que estaba pasando hizo posible que actividades muy sencillas llegaran a ser algo muy bello.

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El último día tuvimos una asamblea. En todos predominaba una atención a lo que habíamos vivido y una gratitud por el tiempo que habíamos pasado juntos. Entonces recordé el punto del que habíamos partido: no basta con esperar a que acabe el Covid, no basta con esperar a que llegue la vacuna. Yo necesito esperar algo o alguien que me pueda hacer feliz incluso con el virus. Y esta compañía de amigos me sostiene en esta espera y me ayuda a tener los ojos bien abiertos para buscar posibles respuestas. Al acabar esos días, muchos me dieron las gracias, pero lo cierto es que esta experiencia ha sido una gracia porque, aunque nunca había visto a la mayoría de la gente con la que lo organicé y compartí, con total certeza puedo llamarlos «amigos», porque se han tomado en serio mi deseo. Doy gracias por haber encontrado amigos así.
Giulia, Milán