Foto Unsplash/Hush Naidoo

Canadá. «Redescubrir mi pertenencia»

El trabajo en el hospital se complica cada vez más, pero un CD de cantos rusos en el coche abre una nueva perspectiva, «la expresión de un pueblo»

Estos días he empezado a escuchar la música coral rusa de un CD de la colección Spirto Gentil propuesta por don Giussani de camino al trabajo. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que escuché esta música. Entonces me resultaba completamente ajena a mi sensibilidad, pero tenía un deseo enorme de descubrir qué había detrás de esta música y por qué a Giussani le gustaba tanto. Porque era la expresión de un pueblo, por eso nos invitaba a escucharla, hasta el punto de que pasó a formar parte de mi historia. Cuando la escuchas, percibes esa unidad impresionante, ese coro conmovedor de fondo. Cantando, el coro expresa esta experiencia de pueblo de manera sublime, y cuando el solista empieza a cantar, su voz se eleva como expresión de este pueblo. Como decía don Giussani, el solista canta en función del coro.

Así, en el coche, de camino al trabajo, yo también me digo que pertenezco a un pueblo, soy parte de un pueblo, empezando por los Memores Domini, y luego el movimiento y la Iglesia, mis compañeros, etcétera… Y que el hecho de que yo esté ahí, en el hospital, mi expresividad, mis acciones, como el solista en el coro, están en función del pueblo cristiano, derivan de esta pertenencia a un pueblo. Me llena de paz y de certeza.

Estas últimas semanas, el ambiente en el quirófano era bastante opaco debido a las consecuencias del Covid. La carga de trabajo sigue aumentando, los colegas empiezan a derrumbarse física y psicológicamente por agotamiento. Sentada en mi despacho oía cómo me contaban desoladas que siete compañeros habían caído enfermos en el turno de mañana. Entonces les dije: «Un momento, antes de abordar las tareas del día, dejadme que os ponga un café». Fui a por el desayuno y luego, mientras intentábamos planificar la jornada buscando la manera de cancelar el menor número posible de citas porque estábamos muy faltas de personal, dos colegas del turno de noche me dijeron: «si quieres, podemos quedarnos un par de horas para ayudaros». Me quedé de piedra: «¿pero qué está pasando?», pensé.

El día anterior, Shanna, la nueva secretaria, que lleva tres meses con nosotros, llevó a su padre a urgencias, donde se enteró de que tenía leucemia. Me pidió que fuera a verlo porque me lo quería presentar, y me dijo: «A mi padre le hablo mucho de ti, te conoce por tu nombre, pero ahora quiero que te conozca en persona». Fuimos juntas y después llegaron los médicos para informar sobre la situación: diagnóstico, quimioterapia, aislamiento… Quería salir de la habitación, me sentía a disgusto estando allí en un momento tan delicado y quería que la familia tuviera el tiempo y el espacio necesario para afrontar algo tan misterioso y doloroso. Pero Shanna me dijo: «No, no te vayas, quédate aquí con nosotros». Y eso hice. Cuando los médicos se marcharon, dejé a Shanna con su padre y su madre. Al salir de la habitación, sentía todo su dolor y de camino a misa le mandé un mensaje diciéndole que iba a St. Joseph’s Oratory para rezar por ella y su familia, y para pedirle ayuda a Dios. Por la noche me respondió dándome las gracias.

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Pues bien, la belleza de los cantos rusos que escucho por las mañanas y esa experiencia de formar parte de un pueblo han hecho nacer en mí algo que se extiende a mi alrededor y llega a convertirse en atractivo para ciertas personas como Shanna y mis compañeros.
Cristina, Montreal