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Un pozo de agua fresca

Nicola iba al encuentro con los bachilleres sin esperar nada. Pero en sus palabras tomó carne una frase de Chesterton sobre “responder acertijos”. «Puedo volver a saciar mi sed»

En un momento dado, llegas a una cierta edad (56 años) y te parece que ya lo has visto y conocido todo.
Un chaval de quinto, Giorgio, envió a todos la invitación a la Escuela de comunidad por whatsapp. Me puse a preparar el salón donde íbamos a encontrarnos, el termómetro y el desinfectante de manos con el que Giovanni “reciben” a sus amigos, Lucia recoge las autorizaciones de los padres para participar en el gesto… Estamos en “modo Covid”, nos sentamos a más de un metro de distancia unos de otros y todos con mascarilla. Sin embargo, dentro de mí siento que es más de lo mismo. No espero nada nuevo, una reunión más con los chicos. La ficha de esta semana propone una frase de Chesterton: «El problema de nuestros sabios no es que no encuentren la respuesta, sino que ni siquiera ven el acertijo». Los chavales, inesperadamente (como siempre), empiezan a intervenir. A algunos los animamos, a otros les sale de dentro, del corazón. Elena habla de las preguntas que le han surgido al comenzar el curso: «Me siento incapaz delante del resto de la clase, de los profes. Siento una desproporción y no estoy a gusto». Samuel dice que «en clase nos han puesto El nombre de la rosa, la parte donde habla de los libros prohibidos porque alejan de la fe. Pero mi experiencia es que las preguntas fortalecen la fe. Hacerse preguntas sobre lo que te hace feliz es lo mejor que puedes hacer. No he dejado de hacerme preguntas, incluso después de ver la película, porque quiero vivir la vida con conciencia».

El diálogo se anima. Giorgio dice que en este tiempo se ha dado cuenta de que se sentía bien, tranquilo, incluso a veces superior a los demás, por sus ideas o por su propia seguridad. Pero el domingo, después de mucho tiempo, volvió a ir a misa y al oír lo que decía el cura comprendió de pronto que es mucho mejor estar abiertos a lo que pasa, a la gente, saber preguntar y aprender de todo». Sentirse humildes y no como si ya no te necesitaras nada. En definitiva, se dio cuenta de que no veía para nada el acertijo.

Lucia comentó que compartía esta apertura, «pero entonces ¿por qué deseo estar tranquila, en mi zona de confort, la felicidad?». Betta salta: «Estoy aprendiendo que las preguntas sobre la fe son algo bueno. ¿Por qué tengo que creer en Dios? ¿Por qué tengo que pensar que me hace bien? ¿Por qué tengo que ir a misa? ¡No es algo que haya descubierto yo sola! Yo vengo a bachilleres porque mi familia pertenece al ámbito del movimiento pero mi padre empezó a ir a bachilleres porque creía, fue un descubrimiento suyo, y yo quiero descubrir con mis propios ojos si este camino es para mí. Quiero ver yo si me conviene».

Provocado por todo lo que se decía, intervine: «Pero para ti, ¿hacerte todas estas preguntas hace la vida más bella, más intensa, o más desagradable y complicada?». Respondió: «Más bella, claramente. Sin esto no hay felicidad». Contesté: «Eso es lo importante, esa evidencia. Uno solo vive tranquilo y sin acertijos cuando lo que le rodea no le interesa. Una cosa o una persona no te plantea acertijos, te deja tranquila, solo cuando no te interesa. En cambio, cuando tienes cerca a una persona que te atrae, que te gusta mucho, que te interesa, no puedes evitar percibir el acertijo. Pero eso es lo que te hace sentir vivo, no la tranquilidad».

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Aunque se lo decía a ellos, veo que es algo que vuelve a sucederme a mí. Había ido totalmente cerrado, sin esperar nada más allá de mis pensamientos. En cambio, me he encontrado delante de un torrente de agua que vuelve a fluir. Estos chicos llevan dentro un pozo infinito que contiene un agua fresca que nunca se acaba, en la que puedo volver a saciar mi sed, igual que la primera vez. Vuelvo a interesarme por mí mismo, por la realidad que nos contamos. Las cosas se hacen más ligeras, más vivibles. Vuelvo a ser yo mismo, como no lo era antes.
Nicola, Ancona (Italia)