Chavales que, sin preguntar, lo piden todo

Una profe sin plaza con hijos que llevar a la guardería, una suplencia que llega en el último momento y un sinfín de reglas anti-Covid. ¿Cómo no agobiarse teniendo que encajarlo todo? ¿Hay algo que nos recuerde que la realidad es buena?

Ha sido un comienzo de curso inmerso en grandes incógnitas. ¿Me convocarán para la suplencia? ¿Y dónde? ¿Los niños empezarán la guardería? ¿Cómo, durante cuánto tiempo? De un día para otro los profesores sin plaza hemos sido convocados y lanzados dentro de un sistema invadido por miles de reglas anti-Covid. Parece que la didáctica importa poco, nos han prohibido las fotocopias, el uso de proyectores y cualquier cosa que implique tocar objetos.

Nuestra sala de profesores es un pedazo del patio con armarios, sin sillas ni mesas. La mesa del profesor ya casi está llena con el desinfectante de manos, el de superficies, un rollo gigante de papel y una caja de mascarillas. Charlando con mi marido, nos surgía el deseo de no olvidar la belleza que hemos vivido este verano ni todo lo que hemos aprendido durante el confinamiento: el deseo de no ser tragados por la vorágine, sin respirar y pendientes de cuadrarlo todo. Me pregunto: ¿cómo puede mostrarse Él en medio de todo este delirio? Todo parece impedirlo. Pero Él puede, y lo hace.
¿Cómo? En primer lugar dentro de mi trabajo, que no se detiene delante de las mascarillas porque en clase me topo con esos ojos fijos en mí que sin preguntar lo piden todo. Cuando entro en clase, lo demás ya no me preocupa, solo estoy ahí con ellos: debo hacer de profe, madre, tutora, enfermera, y las reglas solo sirven para protegerles y para garantizar la posibilidad de poder estar juntos allí.
Cuando tenía 16 años, un amigo muy querido me dijo que la realidad era buena, y que era para mí. En este comienzo de curso me he repetido mucho esta frase tan sencilla porque eso es lo que en el fondo deseo. Es lo que me gustaría que mis alumnos pudieran descubrir, pero si yo no soy la primera en creerlo no será posible.

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El curso acaba de empezar, pero lo veo ya cada vez que piso una clase es que deseo estar, mirar a mis alumnos y poder seguir encontrándome en ellos con el Único con el que deseo encontrarme cada día. Lo mejor de todo es que Él ya está ahí, independientemente de mi humor, entre gel y mascarillas, está ahí, mirándome a los ojos y preguntándome: «Giulia, ¿estás? Yo estoy aquí para ti».
Giulia, Reggio Emilia