(Jack Ingle/Unsplash)

«El inaudito descubrimiento» de volver a clase

Profesora y madre, la noche antes de reabrir las aulas. Todo preparado, «parece casi normal». Pero la vida ha cambiado estos meses. ¿Qué puede volver a despertar la espera de un nuevo inicio?

Comienza un nuevo curso. Soy profesora en un colegio y madre de tres hijos. Estamos preparando las mochilas porque mañana empiezan las clases. Todo parece normal, intenso pero normal. Sin embargo, en febrero, de un día para otro cambió toda nuestra vida, cambió el mundo. En pocos días todo se cerró, todo quedó desierto y nuestras miradas, perplejas, con miedo y dolor por tanta enfermedad y muerte.

Se cerró todo menos las clases. A mis alumnos les desaparecieron las piernas para meterse todos en la pantalla de mi ordenador. De repente entré en sus casas y ellos en la mía, aunque solo fuera para decirles: «¡Aquí estoy! No tengáis miedo». Sobre los fundamentos de unas aulas cerradas construimos juntos algo totalmente nuevo. Trabajé muchísimo, a todas horas del día y de la noche. Trabajé tanto que lo notó hasta mi marido, que nunca estaba durante el día. Mis hijos también trabajaron muchísimo. El mayor se ha graduado en su habitación, ahora es un pequeño hombrecito. Igual que los alumnos que se gradúan conmigo desde hace casi veinte años al terminar sus exámenes. Mi hija acabó un curso difícil pero fascinante. Ha sufrido, echaba de menos a sus amigos como el aire que respira, pero se las ingenió y venció. La pequeña ha disfrutado todo lo que ha podido. No han faltado momentos de pánico, pero estábamos juntos, cada uno atareado y ocupado en sus quehaceres, pero juntos. Para nosotros el mundo no se ha derrumbado.

Ahora vuelven a abrir los colegios. En realidad, en junio ya volvieron algunos, yo también. Cansadísima, pero con un gran deseo de volver a ponerlo todo en juego, en un edificio semivacío, atenta a mil detalles y con mucha tensión alrededor. Pero ahí estaban los alumnos. Y sus piernas. A finales de agosto, volví de nuevo a la pista con todos mis compañeros para preparar el nuevo curso. Una maravilla el reencuentro, aunque sin abrazos. Solo encontrarse y mirarse a los ojos, como hemos aprendido estos meses.

Ha sido, y lo es ahora, un volver a casa, aunque en el fondo nunca nos hemos ido. Me considero afortunada. Mi colegio es para mí una casa. Llena de gente con un deseo enorme de volver a empezar. O mejor dicho, de gustarlo todo de nuevo con los alumnos. «Yo hago nuevas todas las cosas». Solo hay que recuperar esta certeza sencilla. Mi vida es complicada pero se construye sobre esta certeza sencilla.

Ha llegado la víspera del primer día de clase. Este año todo es extraño. Ya empiezo cansada, tengo la sensación de no haber dejado de trabajar nunca. Miro a mis hijos a los ojos. Mi esperanza. Tiemblan, pero no temen, están seguros, tienen una certeza aún mayor que la mía. Me sumerjo en su entusiasmo y vuelvo a esperar yo también.

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«Es de noche, como de costumbre. Experimentas la alegría de que ahora te irás a la cama, desaparecerás, y dentro de un instante será mañana, y recomenzará el inaudito descubrimiento, la apertura de las cosas». Publico este pensamiento de Pavese en mi estado de WhatsApp, como si fuera la puerta de mi nevera cuando cuelgo frases que despiertan mi curiosidad. Un amigo me llama para decirme que le ha impactado. ¡Quién lo iba a pensar! En este gesto reside la síntesis de estos meses y de este nuevo inicio. Un rostro que despierta, la realidad me explica a mí misma. Increíble. Entonces vuelvo a aprender que el buen Dios siempre me da circunstancias que puedo vivir. Pero no sola.
Maretta, Varese (Italia)