Las calles de Minsk

«Sin perdón, Bielorrusia no tendrá futuro»

El país protesta pacíficamente desde las elecciones del 9 de agosto. Un sacerdote católico describe «el despertar de un pueblo» que hasta ahora vivía apático frente al régimen

Hace unos años, cuando llegué a Italia de Bielorrusia para ir al seminario, una de las cosas que más me sorprendió de los italianos fue su interés por la política. Pero me sorprendió aún más que los cristianos se apasionaran tanto por temas sociales y por la vida del país. Luego, con el tiempo, conocí a los amigos del CLU y la experiencia del movimiento, y empecé a entender las razones y el valor de ese interés por la política. En mi país, nadie se planteaba nunca este tipo de problemas. Siempre hemos vivido más o menos tranquilos, dando por descontado que los gobernantes hacían lo que debían. Al menos hasta las elecciones presidenciales.

Ahora veo el despertar de un pueblo que se mueve por el bien del país. Todo empezó antes de las protestas por el fraude electoral, cuando nos juntamos para llevar ayuda –desinfectantes, mascarillas– a los hospitales públicos. La gente se veía obligada a ir de noche porque los responsables hospitalarios no podían aceptar esa ayuda durante el día, pues desmentirían así al presidente y su negación de la existencia de la pandemia, arriesgándose a que los despidieran. La Bielorrusia que llegaba a la cita electoral era un país al límite. Y la gente empezó a reaccionar expresando abiertamente su opinión.

Hoy todo el mundo sale a la calle a manifestarse pacíficamente, a pesar de que miles de personas han sido detenidas y golpeadas. Hay gente que desaparece (tengo amigos a los que les ha pasado) y luego vuelve a aparecer días después en los alrededores de las cárceles. De momento se cuentan 80 “desaparecidos”. A las puertas de los centros de detención de todo el país se forman colas de gente común que, de manera espontánea, se ofrece para ayudar a los que son liberados. Unos necesitan que les acompañen a casa, otros que les lleven al hospital para curarse las heridas. Hay médicos y abogados, una movilización popular nunca vista.

Todo lo que veo me conmueve. Me impresiona el despertar de mi pueblo después de tantos años apático e indiferente. Ninguno de los que protestan usa la violencia. Los coches destrozados por la calle son obra de las fuerzas especiales de policía, no de los manifestantes. También he visto imágenes de voluntarios recogiendo basura durante las manifestaciones. Hay gente que, espontáneamente, se pone a dirigir el tráfico porque los semáforos se quedan bloqueados y no he visto peleas entre los conductores que sufren atascos enormes. Este clima tan pacífico me parece lo más asombroso, tiene algo de milagroso.

Soy párroco en dos parroquias rurales al noroeste del país. A mí también me gustaría ir a las manifestaciones y ayudar a los que han sido arrestados. Pero mi tarea consiste en seguir haciendo aquello a lo que mi vocación me llama. Como a muchos, a mí también me cuesta dormir por las noches porque los sentimientos son muy intensos (una amiga farmacéutica me decía que nunca ha vendido tantos somníferos como en este tiempo). Pero creo que seguir siendo párroco es la mejor contribución que puedo ofrecer a mi país ahora. En las homilías no hablo de política, sigo anunciando la Palabra de Dios, que es un mensaje de misericordia y de perdón.

Si no aprendemos a perdonar, ahora que los nombres de los responsables de la violencia contra los manifestantes se están dando a conocer públicamente, corremos el riesgo de que el país se rompa en dos. Todos tienen algún vecino, conocido o amigo que trabaja para el Estado y que se ve obligado, por miedo a que lo despidan, a defender la postura del presidente. Sin perdón, Bielorrusia no tendrá futuro.

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Hablando con mis amigos sacerdotes, veo que ellos también comparten mi experiencia. Todos somos hijos de este pueblo que se ha despertado. Somos hijos de la Iglesia y esta circunstancia para nosotros es una ocasión de vivir la obediencia a nuestros obispos.
No sabemos qué va a pasar. Vivimos el vértigo porque vivimos un presente vertiginoso, tal como es, sin poder imaginar dónde llevará todo esto a nuestro país y a nosotros mismos. Pido al Señor que proteja al pueblo bielorruso de sí mismo, de la tentación del odio y de la violencia.
Carta firmada