Río de Janeiro

Brasil. «Mi vínculo con el infinito»

La llegada de la pandemia es como un terremoto en medio de la vida, pero también el inicio de un camino. Una novedad que nace del descubrimiento de la propia humanidad

Llegó la pandemia y con ella un terremoto. De un día para otro, se multiplicaron los signos que apuntaban que iba a pasar algo nunca visto, y daba miedo.
Por un lado me preocupaban mucho mi familia y mis amigos que estaban en Italia. Por otro, me preguntaba que podía pasar en Brasil. Era como un ataque de laberintitis: de repente te quedas sin puntos de referencia, pierdes el equilibrio y te invade el miedo, la aprensión y la ansiedad. Pero el inicio de este terremoto coincidió también con el inicio de un nuevo tramo de camino apasionante.

Lo primero que resultó crucial para mí fue la carta de Julián Carrón a la Fraternidad en marzo, donde habla de los discípulos en la barca con Jesús. No se daban cuenta de a quién tenían al lado, alguien que acababa de hacer dos milagros «grandes como una casa». Estaban con Él, pero eran presa de sus preocupaciones. Y yo me he visto exactamente igual. Mi razón, mi capacidad para darme cuenta de la realidad, y por tanto de mí mismo, estaba totalmente bloqueada por mi aprensión. Entonces entendí mejor la frase de don Giussani que cita en la carta: «La fe florece sobre el límite extremo del dinamismo racional como una flor de gracia». Este ha sido el gran descubrimiento. Son palabras que he oído un montón de veces: la fe necesita de mi razón para vivir, pero no basta con que suceda una vez. Si la fe no es como una flor que brota –como un acontecimiento– será una fe seca, muerta.

Eso es lo que me pasó esos días. A través de las palabras de un amigo y de algunas cosas que leía, experimenté físicamente la percepción de cómo mi razón volvía a ponerse en marcha. Reconocí una Presencia y me di cuenta con sorpresa de que algo me une a esa Presencia, que está unida a mí.

Pero la vida continuaba con un desafío nuevo cada día. Las jornadas marcaban un ritmo totalmente desconocido. Me veía encerrado en casa, una videollamada tras otra, sin salir para nada, el ordenador siempre encendido… de modo que el trabajo cada vez iba ocupando más tiempo. Sentía la necesidad de un orden porque nadie te asegura, por ejemplo, que por estar encerrado en casa vayas a tener tiempo para ti mismo. De hecho, a mí me estaba pasando lo contrario. ¿Cómo ayudarnos en esto?

Al principio se multiplicaron las ocasiones para vernos online: encuentros por Zoom, rosarios, hasta aperitivos… Era como buscar algo a lo que agarrarse. Pero con el paso de los días surgía la necesidad de verificar con quién podía hacer realmente un camino. No tanto para llenar el tiempo sino para devolver un orden a mi vida. Cuento algunos ejemplos.

Las historias de Instagram de los bachilleres brasileños

Pienso en la amistad con algunos jóvenes y educadores de los bachilleres, que empezaron a verse por Zoom y me invitaron a algunos de sus encuentros, donde se ayudaban a entender qué podía liberarlos estando encerrados en casa. Un día, durante uno de esos encuentros, nos acordamos de aquel dibujo que don Giussani usaba para explicar qué es la libertad: un puntito dentro de un círculo. Yo soy ese puntito y el círculo es mi habitación, mi ciudad, mi país, el mundo…
Cuanto más consciente soy, más cuenta me puedo dar de que estoy dentro de un ambiente cerrado. Pero hablando con los chavales veíamos que es posible reconocerse libres aun encerrados en una habitación. ¿Cuál es la diferencia? Hemos entendido mejor ese dibujo: tú eres el puntito dentro de un círculo cerrado, pero tienes la posibilidad de descubrir tu vínculo con una “X” que está fuera, pero que aun estando fuera crea un vínculo contigo, dentro de ti. Una “X” que es el infinito, y ese infinito hace posible una experiencia de libertad inimaginable.
De ahí han nacido muchas iniciativas para descubrir y profundizar en esta experiencia mediante la música, la literatura y la poesía. Los chavales empezaron así a organizar los “sarau”, encuentros donde se recita poesía y se leen fragmentos de libros, intercalados con canciones de música moderna o populares. Ha sido, y sigue siendo, muy bonito ver toda una explosión de libertad que nace del hecho de poder ser por fin uno mismo.
En otro encuentro los jóvenes se inventaron un dibujo nuevo que publicaron en Instagram (@colegiaisbr): la “X” que está fuera del círculo se convierte en muchas “x” pequeñas dentro de él. Es el descubrimiento de que el infinito lo puedes reconocer a través de rostros concretos.

Durante otro encuentro con amigos de Florianópolis, una amiga contaba que había tenido que dejar a su hijo todo el día con la niñera para ir a trabajar y, al volver a casa por la noche, preguntó al niño un poco preocupada: «¿Con quién prefieres hacer las tortitas, conmigo o con la tata?». Mirándola, el niño respondió: «Contigo, mamá». Ella le preguntó: «¿Por qué?». «Mamá, porque te quiero». Después de contar esto, ella añadía: «Lo único que necesito es esa frase». De ahí surgió una conversación sobre la naturaleza del deseo.
Pensando en lo que había contado esta amiga, tratando de identificarme con esa situación, pensaba: «Pero aunque tu hijo te dijera “te quiero” mil veces al día, no te bastaría». Aunque las personas a las que amo me dijeran infinitamente cuánto me quieren, no me bastaría. Siempre hay algo que falta. Si lograra cerrar ese proyecto que tanto persigo, me seguiría faltando algo. Hacía mucho tiempo que no me daba cuenta así de la naturaleza de mi deseo. ¿Qué es lo que deseo? En el fondo, yo soy un deseo de infinito, no de algo que se repita infinitas veces. Lo que yo deseo es encontrarme con el infinito, un vínculo con lo infinito. Y tengo la experiencia segura de hacer sorprendido la verdad de mi propia existencia gracias a una mirada humana. Este infinito que exijo se ha hecho hombre, esa es la naturaleza última de mi deseo.

La Escuela de comunidad se ha convertido para muchos de nosotros en un espectáculo. Algo necesario para poder vivir. Es impresionante ver cómo para muchos ese momento, que a veces se vive como una obligación o como algo que puedes sustituir fácilmente por otros compromisos, se ha hecho vital. Lo más bonito es ver que ha nacido una mirada nueva hacia mi propia humanidad. Como le pasó a un grupo de jóvenes madres, obligadas a quedarse en casa inventando de todo para mantener ocupados a sus hijos mientras sus maridos trabajaban el día entero en sus despachos domésticos. Contaban que han visto cómo salían a la luz todos sus límites, los de sus maridos e hijos. Con el resultado de un cansancio enorme. Pero con el paso del tiempo, en cada nuevo encuentro de Escuela de comunidad, se percibía en ellas un paso más hacia una mayor simpatía por su propia humanidad. Intentando no censurarla para ver mejor, y con más ternura, la humanidad del otro. ¡Cuánto necesitamos que alguien nos mire así para empezar a mirarnos nosotros mismos así!

Cuando te das cuenta de lo grande que es tu humanidad, como una fuente de agua viva que llevas dentro, te conmueves. Y si llegas a conmoverte, no puedes evitar conmoverte también por el otro, por esa fuente que él también lleva dentro, sumergida, a veces olvidada. Nace así una forma nueva de mirar al otro. El testimonio de Carlos Ferreirinha, el empresario que presentó con Carrón El despertar de lo humano, mostraba cómo ha sucedido esto en él. Y Carrón señalaba que de un descubrimiento personal nace una mirada que se convierte en un factor de cambio social. En este momento, en Brasil pero también en otros lugares del mundo, se respira un clima muy cargado, una contraposición ideológica que ve al otro como el enemigo a combatir. Pero también se ve que empieza a moverse algo contra-corriente, aunque de manera más invisible y menos ruidosa. Pero existe, y debemos ayudarnos a sorprenderla, porque mucha gente vive así. Está siendo un tiempo duro, difícil, pero qué gratitud poder reconocer la posibilidad de hacer un camino humano. Juntos, y por el destino del mundo.
Marco, Río de Janeiro (Brasil)