Tampa, Florida (foto Maristela Silva/Unsplash)

Florida. ¿Dónde está la certeza en tiempo de incertidumbres?

El coronavirus llegó al sureste de los Estados Unidos hace unos meses. El confinamiento despertó un sinfín de expectativas y temores. Pero «en esta amistad, Cristo me ha vuelto a sorprender otra vez»

Mi “cuarentena” empezó muy pacíficamente. Nos acabábamos de mudar a una nueva casa y apenas nos había dado tiempo a invitar a algunos amigos a la cena inaugural de nuestra casa de Memores Domini la noche antes de que empezara nuestro “shelter in place”, la recomendación por parte de las autoridades de quedarse en casa. Entonces el número de casos en nuestro condado era muy pequeño. Vivimos en una zona rural donde la mayoría de la población está formada por universitarios, y se habían dado tres o cuatro casos. La universidad donde estudio y trabajo cerró de un día para otro, pasando a formato online. Para mí también era la ocasión de concentrarte en mi proyecto de investigación.

Las primeras semanas fueron bastante surrealistas. Revisábamos puntualmente los boletines de nuevos casos pero no subían mucho: tres o cuatro al día. Sin embargo, toda la ciudad estaba bloqueada. Vivía con la espera de levantarme un día y encontrarme con una situación realmente dramática, pero de momento no lo era. Era como si nos estuviéramos preparando para una situación complicada (con recomendaciones, oraciones, indicaciones para encuentros por Zoom...), pero aún no formaba parte de nuestra experiencia. De hecho, nuestra vida era bastante sencilla: mucho trabajo, mucho silencio y muchas cenas juntos. El mayor drama era hablar a diario con nuestras familias en Italia sin poder hacer nada por ellos. Pero la sorpresa fue lo decisivo que es aceptar estar “presente”. Obligados a cenar todas las noches en casa, nos sorprendió la libertad con que nos acompañábamos, intentando entender qué estaba pasando, con la libertad de respetar el silencio de los otros o de aceptar sus peticiones de ayuda.

A finales de junio la situación se complicó. Los casos empezaron a aumentar, sobre todo aquí, en Florida. Pero la verdad es que todavía nadie logra comprender realmente lo que está pasando, si nos enfrentamos realmente a un nivel de emergencia como el que ha afectado a Italia o Nueva York. Las elecciones presidenciales de noviembre vuelven el debate público totalmente estéril y ciego. La prensa informa del aumento de casos sobre todo en estados republicanos para mostrar que su política, menos severa, ha fracasado al tratar de responder a la crisis sanitaria. Por su parte, los republicanos insisten en el derrumbe económico que se producirá si no se alivian las restricciones. En la vida cotidiana concreta, no ponerse la mascarilla supone un posicionamiento político y amenazan con tomar medidas legales por “contagio adquirido” contra las instituciones que promueven la posibilidad de reabrir (colegios y universidades). De hecho, resulta complicado aprovechar la ocasión para plantear las preguntas que esta sociedad necesitaría urgentemente. Es como si estuviéramos asistiendo a una esquizofrenia generalizada, que lleva a muchos a la ilusión de encontrar certezas en una denuncia o en lo infundado de las certezas de los demás.

Yo no estoy bien viviendo en esta incertidumbre. Acabo de tener un sobrino y no sé cuándo podré conocerlo. Me molesta cada vez que recibo un mail que empieza diciendo «In these uncertain times...». En estos tiempos inciertos… Empecé algunos proyectos pendientes para el semestre de otoño pero mis partners llevan meses sin dar señales de vida, he perdido el contacto con algunos amigos que no sé cómo están, cuando voy en coche veo que los mendigos aumentan de día en día. Hay gente en los semáforos pidiendo dinero para pagar el alquiler.

¿Dónde puedo apoyar mi certeza? Muchos de los intentos por explicar la pandemia en el fondo ocultan la ilusión de una certeza que se apoye en la previsión del futuro: «si sé lo que va a pasar, sabré qué hacer ahora». ¿Pero realmente es así?

Hace unos meses, dieron en en nuestra comunidad el aviso de que no habría vacaciones de verano. La enésima cancelación. Un grupo de amigos de varias ciudades de Florida respondió inmediatamente tomando la iniciativa. Durante los últimos meses yo había seguido en la distancia el crecimiento de su amistad. Repartidos por cuatro o cinco ciudades, son jóvenes trabajadores que se han hecho amigos al conocer el movimiento. Una de ellos me llamó a principios de junio para invitarme a pasar con ellos unos días. No quería saber “si” hacer o “cómo” organizar unas vacaciones, solo quería contarme que una experiencia como la que había conocido años atrás en Georgia, durante una convivencia, no la quería perder y que por eso querían juntarse. Así que le dije que sí sin dudar.

Alquilaron un bed and breakfast, se repartieron las tareas, compartieron sus deseos e invitaron a algunos amigos. A medida que se acercaba la fecha, el número de contagios, al contrario de nuestras expectativas, aumentaba. Y con ellos las dudas y las preguntas. Vimos los riesgos, las condiciones y la logística del lugar: cada uno tenía que volver a decidir personalmente si ir o no.

El día de la partida éramos 12, más algún amigo que se sumó ese mismo día. Desde los dos extremos del estado nos juntamos en Tampa. La primera noche, el grupo que organizó las vacaciones planteó esta pregunta: «¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Nos interesa verificar otra vez la presencia de Cristo entre nosotros?».

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Llegué a las vacaciones invadido por muchos pensamientos y dificultades por cosas que habían pasado. Al verles, al ver la sencillez con la que viven su amistad e invitan a otros, la libertad y seriedad con la que desean seguir (solo éramos doce, pero organizaron unos juegos estupendos, la presentación de un libro, una película), me sentí acogido y abrazado. Es muy sencillo reconocer que en mí nace la certeza de una naturaleza muy diferente de la que veo en los periódicos y en los debates. En la asamblea final, muchos repitieron esta expresión: «Aquí encuentro un lugar donde puedo hacer todas las preguntas que llevo dentro». Volví a casa con un único deseo: conocer esa “alteridad”, a esa persona que lleva el nombre de Cristo, que me ha vuelto a sorprender con estos amigos. Todo esto me da ahora la certeza, y hace que el futuro incierto se convierta en el lugar donde espero volver a verlo.
Alberto, Gainesville (Florida, EE.UU)