En camino hacia Aparecida.

América Latina. Una compañía “en camino”

Solo cuatro jóvenes pudieron hacer la peregrinación anual de los universitarios al santuario de Aparecida. Pero con ellos, conectados por video, iban decenas de amigos de nueve países. «Siguiendo un “sí” que hizo carne el Ideal que nos ha alcanzado»

El sábado 18 de julio cuatro jóvenes universitarios, Ricardo, Cecilia, Ana Luisa y Alanis, hicieron una peregrinación hacia el Santuario de Aparecida en nombre de toda América Latina. La cita que originalmente convocaba –por segunda vez en Brasil– a aquellos universitarios que estuvieran iniciando y finalizando sus estudios parecía que no iba a llevarse a cabo este año debido a la pandemia.

Sin embargo, ante el grito del mundo y el deseo por un gran ideal, uno no puede no preguntarse cómo puedo ser útil al mundo, para qué sirve mi vida. Bastó esta evidencia de que «nuestra necesidad no está en cuarentena» para que los cuatro universitarios hicieran su camino, cargando –al mismo tiempo– la vida de aquellos que no podían estar allí. «Eso trajo una responsabilidad y una belleza mucho mayor a nuestro camino», compartía al final Ana Luisa.

Mientras los jóvenes, acompañados de algunos amigos, se acercaban al santuario, se abría una videoconexión con personas de nueve países distintos: universitarios de nuevo ingreso, otros a punto de egresar, y otras tantas personas que esta vez se sumaron a ellos, todos pendientes del camino que otros pasos recorrían allí en Brasil.

La cruz llevada por los peregrinos al lado de la imagen de la Virgen

«¿Por qué nos hemos juntado? ¿Qué sentido tiene?», empezaba provocándonos el padre Lorenzo, a través de todas nuestras pantallas desde Chile. Y nos recordaba enseguida las palabras de Carrón: «renunciar a su forma habitual puede convertirse en ocasión para interceptar la naturaleza de esta peregrinación», porque «la vida es peregrinación, cada paso que la realidad me pide puede ser un paso que me acerca más al Destino», hecho que se hizo evidente aquella tarde. La realidad del confinamiento nos alcanzaba a todos, y en ello también una promesa: en ese instante de cantos y oración del Rosario juntos, nos esperaba ya una meta, al igual que a nuestros amigos en Aparecida.

¿Qué hace posible un camino? ¿Por qué peregrinar? «Para entender que la vida es vocación, es decir, respuesta a Uno que me llama a través de la realidad», nos recordaba Lorenzo. Desde casa o caminando, peregrinar fue una llamada para cada uno. Una llamada que se puede hacer concreta en la invitación de un amigo del que te fías por lo que aconteció con él, o una llamada como lo fue también para una amiga que, a pesar de que su hija había desistido de caminar, estuvo allí igualmente para acompañar. Porque es esto lo que hace posible un camino: una compañía que te cambia, que cambia el modo de estar delante de las circunstancias, que cambia incluso hasta la falta de aire y la subida del camino bajo el sol, que no te ahorra el encierro en casa, ni la fatiga, ni los pasos para llegar más rápido pero que sí te ayuda a darlos. Una compañía que ama el camino porque ama la meta. ¿Quién podría cantar si no «debes luchar, debes encontrar dónde está el punto fijo entre las olas del mar, y esta isla existe»? Solo uno que ya vive la certeza de esta isla, porque ha descubierto en sí mismo un corazón que «no ha dejado de desear, un corazón necesitado de la meta», de lo que responde a su deseo de felicidad.

Encontrarse entre rostros aferrados así por el propio Destino despierta un deseo de seguirlos, de aventurarse en la vida con ellos, siguiendo un «sí» que hizo carne el Ideal que nos ha alcanzado.

Eran cerca de las cuatro de la tarde en Brasil. Ya teníamos delante las imágenes del Santuario y nuestros amigos entrando. «Nuestra Señora de Aparecida, ilumina la mina oscura y sostiene el trajinar de mi vida», cantábamos todos.

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Queda una imagen grabada a fuego: una cruz tallada delante de la Virgen renovando estas palabras: «Madre, aquí tienes a tus hijos». Con Él y en Él, nos volvemos una sola cosa. Esta es la esperanza de nuestras vidas y la del mundo.
Cecilia (Sao Paulo, Brasil) y Pilar (Buenos Aires, Argentina)