Dublín

Dublín. «Cristo es quien llena la vida»

La crisis sanitaria ha paralizado su escuela de idiomas. Una empleada le pregunta: «¿Cómo levantarse por la mañana sin saber si esto acabará bien?». Para responder, Mauro recuerda aquella vez que tuvo que dormir en un banco con Margaret…

Hace 34 años abrí una escuela de idiomas en Dublín. Paramos debido a la emergencia sanitaria y, de momento, no hemos logrado reabrir, tanto por las restricciones del Gobierno como por la situación internacional, de la que una empresa como la nuestra depende totalmente. Todavía hay mucha incertidumbre respecto a las condiciones en las que nuestra escuela podrá volver a empezar. Todo nuestro sector está en una grave crisis y nuestra escuela, igual que las demás, lucha por sobrevivir.

Antes del confinamiento dábamos trabajo a cien personas y en este momento somos 18 empleados. Los demás reciben un subsidio estatal. Pero nunca hemos trabajado tanto. Todas las mañanas me levanto en busca de soluciones, pero todavía no sé qué quedará de todo lo que hemos construido.

Recuerdo que, al principio de esta crisis, escuché el episodio del Evangelio del ciego de nacimiento. Los discípulos preguntan: «¿Quién pecó? ¿Él o sus padres?». Y Jesús responde: «Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios». Este ha sido el hilo rojo que ha ido uniendo mis jornadas desde entonces: ¿dónde puedo reconocer, en medio de esta situación, su Presencia? De ahí nace una posición no de queja sino de deseo y curiosidad por ver cómo la gloria de Cristo se manifiesta dentro de cada desafío, cada decisión que tomar, cada posibilidad o no de hallar soluciones.

Charlando con una compañera, me confesaba su miedo por lo que nos espera. En una conversación así, puede salir claramente la cuestión de fondo de la vida. Ella me preguntaba: «¿Cómo levantarse por la mañana y venir a trabajar sin saber si esto acabará bien?». Me sorprendí respondiéndole que el problema no era encontrar una razón válida para un futuro incierto, sino darse cuenta de lo que nos ha sostenido hasta ahora y comprender si eso basta para estar delante de los desafíos del presente. ¿Qué es lo que necesito ahora?

El sábado 13 de junio, mi esposa Margaret y yo seguimos online la peregrinación de Macerata a Loreto. Una vez la hicimos juntos, en 1984. Hace una vida. Aún no estábamos casados. Yo era militar en Ancona y ella estudiaba en Roma. No sabíamos qué iba a ser de nosotros: dónde viviríamos, en qué trabajaríamos, cómo sería nuestra vida. Al terminar la peregrinación, estábamos en Ancona sin tener a dónde ir y dormimos en un banco delante de la catedral, como unos mendigos. Pero no teníamos miedo, dormimos tranquilos: nos bastaba la conciencia de estar en los brazos de Jesús, mediante la Virgen. Hoy, ante la incertidumbre del futuro, nos encontramos en la misma situación, pero con muchas más responsabilidades (nuestras decisiones tienen consecuencias en la vida de mucha gente). Pero estos años hemos visto que ese abandono da fruto. La energía necesaria para vivir las dificultades no viene de la certeza de un resultado positivo sino de descubrir esa posición de abandono confiado. El miedo a la incertidumbre no se va, pero puedes entrar en las dificultades. En este sentido, me ayuda mucho la cita de san Agustín por parte del Papa hace unas semanas: «Tengo miedo de que el Señor pase y yo no me dé cuenta». El fruto más evidente de esta postura es que puedo llegar a la noche después de una jornada dura y, aunque esté asustado y cansado, tener una última alegría que domine sobre la confusión y el ahogo de la incertidumbre.

Hay otra cosa que me ha impactado estos meses. Como todos, en Irlanda también empezamos a hacer la Escuela de comunidad online. No solo con gente de Dublín, también de otras ciudades como Limerick, Galway, Cork. Nunca había visto tanta fidelidad a este gesto. Pero lo que más me ha impresionado es que la última en llegar, que empezó a venir justo antes del confinamiento, decía que había encontrado en nosotros una compañía que la sostenía y que nos habíamos convertido en amigos suyos. Un amigo que lleva muchos años en la comunidad nos confesó su sorpresa: «¿Pero cómo puede decir eso si nunca nos hemos visto en persona?». Creo que es una gran provocación, que nos hace comprender qué es realmente nuestra amistad. Entiendo mejor, precisamente en estas circunstancias, cuando Carrón dice que «la compañía está en el yo». Normalmente pensamos que la compañía es el sentido de pertenencia a un grupo, cuando nace de la conciencia de la necesidad infinita que nos constituye y que nos une de manera indisoluble al Misterio. Ser amigos de verdad tiene que ver con esto.

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Tengo 62 años y mis energías para seguir luchando empiezan a menguar. ¿Habrá llegado el momento de dejar los remos en la barca? No sé qué es lo que me espera, pero estoy seguro de una cosa: lo que no decae es este temor a que Cristo pase y yo no me dé cuenta. Aunque me lo tuvieran que quitar todo, sé que Cristo sigue pasando por mi vida. Con esta inquietud me levanto todas las mañanas y voy a trabajar. Por eso puedo pedir a los demás que también lo hagan, porque solo Cristo puede llenar la vida.
Mauro, Dublín