Mirar con los ojos de Cecilia

Cuando una ambulancia se lleva a su padre, la oscuridad tiñe de incertidumbre el futuro. Llega, provocadora, la pregunta «¿cómo estar alegre en una situación así?». Martina cuenta qué empezó a cambiar en ella. Todo empezó con una fiesta de cumpleaños...

Hay algunos hecho que suceden sin posiblidad de elegir. Así fue la entrada del coronavirus en casa. Hasta el día antes, estaba convencida de que se trataba de un enemigo ajeno a mí. Pero luego llegaron las luces azules de la ambulancia violentando la oscuridad nocturna y un enfermero vestido de astronauta entró en nuestra casa. Y papá se fue, llevando en las manos el móvil, el cargador y un rosario enroscado en la muñeca; nada más. Lanzó un beso a la familia y bajó las escaleras adentrándose en la oscuridad, la de la noche y la que marca la total ausencia de certezas. Y así me fui a la cama. A la mañana siguiente, al encender el móvil leí el mensaje de una amiga que me mandaba una frase de Chesterton: «Mas los hombres marcados por la cruz de Cristo van alegremente en la oscuridad».

Este es el desafío que se me pone delante en un momento tan oscuro. Estar alegre por estar marcada por la cruz de Cristo. ¿Cómo puedo estar alegre en una situación así? En la realidad más banal, la de siempre, las clases, la comida, la cena, alguna conexión online y nada más. Esta pregunta sobre cómo poder estar alegre bajo la cruz de Cristo no me dejaba en paz. Hasta hace unos días, cuando Cecilia cumplió seis años y decidimos con unos amigos hacer una conexión en video para cantarle y tocarle el cumpleaños feliz. Un gesto banal, que no cuesta nada, cinco minutos apenas, para cantar la canción más sencilla del mundo: “cumpleaños feliz”. Al terminar la canción, miraba a Cecilia por la pantalla, con sus ojos claros. Unos ojos de alguien que está contentísimo. Entonces empecé a entender cómo poder estar alegres en la cruz de Cristo. Se me pide mirar todo lo que sucede a lo largo del día con los ojos de Cecilia.

Desde ese día, cada mañana me levanto pidiéndole esto al Señor, los ojos sencillos de un niño. Ojos que sepan aferrar cada sencillo gesto de su vida en familia o cada sencillo gesto de gratitud entre nosotros. Porque no podemos dar por descontado encontrar un plato caliente en el alféizar de la ventana. No podemos dar por descontado pasar una tarde al teléfono recibiendo llamadas de amigos que te ofrecen cercanía y oración. No podemos dar por descontado recibir noticias del hospital por un médico que aparte de médico es también amigo. No podemos dar por descontado ver a voluntarios que te tiran la basura. Solo con los ojos de Cecilia puedo darme cuenta de esta gratuidad que nos rodea, que no puede venir más que de quien a encontrado a Cristo en su camino. Otra cosa que me ha enseñado Cecilia ha sido ofrecer todo lo que hago durante la jornada. ¡Todo lo que ha nacido de un “cumpleaños feliz”! Le he entregado mi talento a un niña de seis años, ofreciéndoselo, y después de una jornada que había transcurrido entre el aburrimiento y el miedo me he dado cuenta de que era realmente feliz.

LEE TAMBIÉN – Ante la incertidumbre prevalece la esperanza

Debía ofrecer lo que tenía que hacer: estudiar, cocinar, convivir con mis hermanos, vivir intensamente lo que tenía delante, aunque fuera banal. Porque a mí, encerrada entre estas cuatro paredes, solo se me da esto. La cotidianeidad banal pero que, mirada con los ojos de Cecilia, se vuelve interesante en toda su pequeñez. Empecé a mirarlo todo con una mirada nueva y a ofrecer cada gesto y cada fatiga de la jornada. Empecé a valorar banalidades que antes daba por descontado. Empezaron a madurar las relaciones con mis hermanos, que en un instante pasaron de ser compañeros de habitación a compañeros de la vida. Y todo eso pasó porque Cristo no ha dudado en irrumpir en mi vida, sin pedir permiso, a través de los ojos de Cecilia, a través de los amigos que tienen el valor, en el momento más complicado, de desafiarme para adentrarme alegre en la oscuridad, porque estoy marcada por la cruz de Cristo.
Martina