«El primer valor es la persona, aun en la cárcel»

En las prisiones brasileñas, donde la epidemia corre el riesgo de estallar de manera incontrolada, un juez se pone a trabajar para evitar lo peor. Siguiendo una provocación y un criterio que le ilumina

Estos días, con la posibilidad de un contagio real de coronavirus, aquí en Brasil y en mi ciudad, como en todas partes, las autoridades han tenido que tomar decisones que afectan mucho a nuestra vida. Soy juez de lo penal y las autoridades sanitarias han manifestado su preocupación por los presos de todo el sistema penitenciario. Por un motivo muy sencillo: debemos evitar todo lo posible las reuniones para prevenir el contagio. ¿Pero cómo será posible en una situación de superpoblación (el doble de personas respecto a las plazas disponibles), donde se vive en condiciones infrahumanas, sin higiene, sin espacio, con poca comida, con mínima o ninguna asistencia sanitaria, y casi siempre sin posibilidad de estar al aire libre? Además, hay un número considerable de presos que pertenecen a categorías de riesgo: ancianos, enfermos crónicos, personas con VIH, tuberculosis, etc.

Debíamos tomar una decisión rápida, antes de que todo este ámbito se viera contaminado por el virus. Reuní a mi equipo yempezamos a estudiar caso por caso. Estaba en juego la vida de la gente. En la batalla entre el derecho a la seguridad y el derecho a la vida, nos hemos puesto de parte del segundo. No podíamos dejar a nadie atrás. Cada hombre tiene un valor. No importa si es bueno o malo, viejo o joven, criminal o no. Debíamos evitar la escalada de una masacre silenciosa dentro de las cárceles por falta de condiciones sanitarias adecuadas. En condiciones normales, esta falta ya supone una plaga, en tiempos de pandemia el empeoramiento sería gravísimo.

Antes estas circunstancias, ha sido y sigue siendo luminosa para mí la carta de Julián Carrón del 12 de marzo. «En estas semanas cada uno podrá ver qué posición prevalece en él: si una disponibilidad para adherirse al signo del Misterio, para seguir la provocación de la realidad, o bien dejarse arrastrar por cualquier "solución", propuesta, explicación, con tal de distraerse de esa provocación, de evitar ese vértigo». No hay tiempo para distracciones. El enemigo es veloz y voraz. Hay que seguir la provocación de la realidad. Interceptarla en medio de tanto drama. Pero no de manera instintiva, sino siguiendo las indicaciones de las autoridades sanitarias. Hoy la línea guía es la voz de Cristo que susurra a mis oídos y no puede sonar indiferente.

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He dejado en un segundo plano los debates sobre ideologías punitivas o libertarias en relación a las cárceles y a la criminalidad. Para mí, lo que está en juego es el valor de la persona, de mi persona y la de los demás, de cada uno que entra o sale de la prisión. Me he pasado más de 72 horas, sin pausa, con mi equipo, trabajando a distancia para examinar todos los casos urgentes y ponerlos bajo arresto domiciliario, controlados con pulseras electrónicas, asegurando a cada uno la posibilidad de vivir, de dar y recibir cuidados en sus familias, reduciendo sus posibilidades de contagio. Doy gracias por el don de haber conocido el carisma de don Giussani y la compañía fraterna de Julián Carrón.
Carta firmada