Paraguay. Comprobando que la vida es un regalo

Desde una cama en el hospital, Adri vive la Semana Santa más extraña de su vida, pero descubre que nunca está sola. «Ahora puedo volver a decir “sí”, cuando antes podría haber visto todo esto como una racha de mala suerte»

Esta mañana, leyendo la revista Huellas, retomaba la pregunta con la que Carrón nos provocaba al inicio de toda pandemia que nos ha afectado a todos: ¿que nos arranca de la nada? Y tratando de responder, me atrevo a decir que es esta compañía quien me ayuda a no perderme nada, esos amigos que están más aún cuando uno los necesita.


Hoy hace siete días que ingresaba en un hospital prácticamente sin defensas y con un panorama un poco desolador. Empezaba así mi Semana Santa, la más diferente de las que pude haber vivido en mi vida, lejos de los gestos propuestos por la Iglesia, lejos de las tradiciones familiares, pero la más humana, la más real y la más linda en 30 años. Dios no me ahorró nada, ni el silencio, ni la soledad, ni el miedo ni el dolor.

Cuando uno se encuentra en una situación límite como ante una enfermedad tan invasiva, además, por las circunstancias del momento, vivirlas sola en la habitación de un hospital, es inevitable hacerse preguntas existenciales, preguntar a Cristo qué quiere mostrarme ante esta situación.

Con tanto tiempo para pensar y haciendo un recuento de todo lo vivido en estos pocos meses que van de este año y que han sido meses de enfermedades, hospitales, problemas en el trabajo, accidente de auto, pandemias, confinamiento social e incertidumbre... Tantas pruebas, tantas que solo hoy en una cama de hospital se me permite ver cada circunstancia como un regalo, porque son tantas veces de afirmar mi «sí» a Cristo y de darme cuenta que sin una compañía real de personas concretas podría haber visto todo esto como una racha de mala suerte.

Sobre todo darme cuenta de que la compañía no significa presencia física solamente, que a veces un amigo te acompaña más desde la distancia que estando delante. A través de todas estas circunstancias difíciles, Cristo me permite ver que no estoy nunca sola, que los amigos y la compañía son testimonios de Él en mi vida, desde los gestos más simples, desde un mensaje de ánimo, desde una llamada para rezar antes de dormir, ofrecer hasta ayuda económica. Dios hasta me ha regalado los atardeceres más hermosos de mi vida estos días en el hospital y es difícil no conmoverse ante todo esto.

Es Él quien está presente a cada instante, en cada enfermera, en cada médico, en cada mensaje, en cada atardecer. Estoy agradecida porque no me ahorró nada. Porque hoy decir «sí» me es mucho más natural. Confiar y ofrecer cada cosa aunque no entienda el porqué de muchas de ellas y tenga miedo. Hoy, domingo de Pascuas, así como el Señor, mis defensas resucitaron y ya están llegando a sus niveles normales, y ya pronto con la gracia de Dios podré estar en casa.
Adri, Paraguay