Bruno Castricini

«El padre Bruno y la compañía de la Iglesia»

Un carácter rudo, a veces conflictivo, pero lleno de pasión por Cristo, que había conquistado su vida. Hasta el punto de darse a conocer a mucho a través de su sí. Sus amigos de Turín le recuerdan después de su muerte

Después de una breve pero intensa lucha contra el coronavirus, el Señor acogió hace unos días en sus brazos a fray Bruno Castricini de los Siervos de María, un amigo de la comunidad de Turín y un padre en la fe para muchos. Su pasión por Cristo y el entusiasmo que le suscitó conocer a don Giussani fueron, para muchos de nosotros, un instrumento para crecer en la fe y conocer la experiencia del movimiento. Acompañó a muchos amigos en su vocación a la virginidad y al matrimonio.

Era un hombre de carácter rudo y a veces un poco conflictivo, pero con una capacidad de abrazar que te dejaba desarmado, por eso solo podíamos quererle. Se distinguía por esa capacidad para acompañar a quien pasaba por dificultades, sin dejar nunca solo a nadie. Siempre ponía en el centro a la persona y no se escandalizaba de nuestro mal, siempre en tensión por volver a ponernos en camino. Era un poco gruñón pero siempre estaba dispuesto a hacer la voluntad del Señor, aceptando cualquier aspecto de la realidad como una llamada suya.

Su gran pasión era la educación en la fe de los niños y jóvenes (dio clase de religión en primaria y secundaria). En sus últimos encuentros con los jóvenes solía repetir que había recibido mucho más de lo que había dado, que experimentaba el ciento por uno.

La semana que ingresaron a Bruno en el hospital, todos nosotros estábamos obligados a permanecer en nuestras casas y era un gran sufrimiento no poder hacer nada para estar a su lado. Esos días, la ternura de la Iglesia a través de las palabras del Papa y la carta de Julián Carrón al movimiento (https://espanol.clonline.org/noticias/actualidad/2020/03/12/la-carta-de-juli%C3%A1n-carr%C3%B3n-al-movimiento), supuso una gran compañía y apoyo para todos.

Al enterarnos de su muerte, ese “vértigo” del que hablaba Carrón se convirtió en un instante en la sensación que invadió todos nuestros corazones, no era inmediato “abrazar” una circunstancia tan imprevista y dolorosa. Pero enseguida vimos algo muy claro: que nuestra primera urgencia era estar delante de la pregunta: «¿Qué nos arranca de la nada?».

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La herida que tenemos en el corazón, en diálogo continuo entre nosotros, poco a poco se está convirtiendo en un punto de fuga a través del cual percibir y fijar la mirada en el rostro de Aquel a quien podemos pedir: «Señor, no nos abandones a merced de la tormenta». Que la certeza de un bien y de una positividad en nuestra vida, que hemos experimentado ya muchas veces, vuelva a sorprendernos, esperando llenos de curiosidad la respuesta que Cristo dará a las preguntas que estos días ha despertado en nosotros.
Franco, Paola y un grupo de amigos de Turín