«Un sí que salva al mundo»

Una oncóloga que lucha a diario para proteger del virus a sus pacientes. Y esas sonrisa a los familiares que les esperan. «No por educación, sino por gratitud»

Estoy en la planta todos los días luchando para proteger del Covid a mis enfermos de cáncer . Y todos los días alguno cae enfermo y no sé qué haré al día siguiente. La buena noticia de la semana ha sido que una joven doctora de mi equipo está embarazada (¡por fin algo que no es el virus –me dije–, la vida no se detiene!). Aunque eso supone que dejará de venir: uno menos…

Sé que cualquier día podría enfermar yo, y mentiría si dijera que no tengo miedo. Pero este temor no me determina. No lo es todo. Hay mucho más: mis pacientes, a los que adoro y no abandonaría nunca, y mis compañeros, que hacen también un sacrificio enorme. Del primero al último están renunciando a algo suyo por amor a otros.

Pienso mucho en la frase de san Gregorio Nacianceno: «Si no fuera tuyo, Cristo mío, me sentiría criatura finita. He nacido y siento que me desvanezco. Como, duermo, descanso y camino, enfermo y me curo, me asaltan innumerables anhelos y tormentos, gozo del sol y de cuanto en la tierra fructifica. Luego muero y mi carne se convierte en polvo como la de los animales que no tienen pecado. ¿Pero qué tengo yo más que ellos? Nada sino Dios. Si no fuera tuyo, Cristo mío, me sentiría criatura finita».

¿Qué tengo yo más que ellos? Nada sino Dios. Pero un Dios concreto que no me abandona, me acompaña a través del rostro, la palabra y los gestos de muchos que tengo a mi lado y me recuerdan Su presencia.

Cuando entro en el hospital por la mañana y veo a los familiares que esperan a que salgan sus seres queridos del tratamiento de radioterapia, sentados y ataviados con sus mascarillas y la mirada apagada porque además del cáncer ahora tienen que sufrir una nueva y más violenta amenaza, me sale, casi sin darme cuenta, una voz estridente con la que sonrío a todos dándoles los buenos días. No sonrío “por educación”, sino porque están y yo deseo amar y afirmar a esas personas. Me dan ganas de decirles: «Gracias por existir, por traer aquí a tu padre, a tu hijo, a tu madre. Gracias porque no te rindes». Aceptar cada día la forma en que Dios nos alcanza, pronunciar nuestro sí, es algo que salva al mundo, cumple nuestra vida y la de los demás.

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Eso me da coraje: otros pronuncian su sí conmigo. Decir sí a mi vocación, a la vida y a la forma en que Dios me llama ahora me libera y empieza a hacerme respirar. Estoy muy agradecida a Carrón por sus textos, su artículo en elmundo.es y su carta a la Fraternidad, y por sus preguntas. « ¿Cómo acompañarnos en esta situación tan difícil? ¿Cuál es la compañía que necesitamos de verdad? ¿Qué nos arranca de la nada?». Mirarlas me obliga a no rendirme y a ir hasta el fondo.
Marta, Milán