«Por eso puedo amar este inmenso mar»

El año empezó con problemas. Una enfermedad que le sacudió a él y a su familia. Luego, el coronavirus y su futuro se llena de niebla, ante la incertidumbre de qué pasará con el paso a la universidad. «Sin embargo, no me "ahogo"»

Desde que empezó el año estoy aprendiendo a vivir “como un brasileño”. Desde que una misionera me contó que en las favelas, la vida no trascurre entre certezas estables, como la casa o el trabajo, sino que todo puede cambiar de un día para otro. Las madres no saben si al final de la jornada podrán dar de comer a todos, las mujeres no saben si sus maridos volverán a casa vivos, los hombres no saben si al día siguiente tendrán trabajo.

Este invierno, los bachilleres fuimos a Milán. Me puse enfermo y tuve que quedarme en el hotel, perdiéndome muchas cosas. Al volver seguía enfermo, no pude celebrar el fin de año con mis amigos. Mientras tanto, en mi familia muchos cayeron enfermos y no pudimos ir a ver a mis abuelos, que viven en Puglia y a los que no veía desde agosto, y espero poder verlos este verano si el Covid lo permite.

Durante este tiempo, muchas veces he pensado en la muerte. He llorado. Muchas veces me ha tocado hacerme cargo de la compra y otras tareas que me han obligado a medirme con el tiempo, del que yo, iluso de mí, pretendía ser dueño. Además, mi padre trabaja en cuidados intensivos. Y quién sabe qué pasará con los exámenes de acceso a la universidad.

Ante mí veo un mar inmenso, en el que navego desde principios de año y en el que muchas veces he corrido el riesgo de ahogarme, entre imprevistos y proyectos desbaratados. La realidad me ha roto todos los esquemas. Pero ha sido un regalo vivir estos meses, en los que nunca he dejado de ver que todo era para mí. No sé cómo ha sido posible, seguro que ha contribuido el hecho de que en Escuela de comunidad, incluso cuando se hablaba de dramas y desgracias, siempre se hacía con un acento positivo; y no por optimismo sino por fe en la realidad. Y pensaba: «Yo también quiero vivir así».

De ese modo, hasta cuando lloraba, pensaba en el rostro de mis amigos, mis hermanos. Cualquiera cosa que sucediera, ellos me seguían amando. Tal vez ese amor sea justo el «punto firme entre las olas del mar», del que habla Parsifal, la canción de Claudio Chieffo. La realidad, aun con coronavirus, se puede abrazar. Ese inmenso mar se puede amar.

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El aislamiento de estos días me ha hecho sentir aún más la necesidad de mis amigos, mis abuelos, mis compañeros de clase (con los que últimamente habían surgido relaciones preciosas), incluso de mis hermanos, con los que no dejo de pelearme por pasar juntos todo el día. Yo solo no puedo, necesito Algo más grande que me vuelva a levantar una y otra vez. Y ese Algo me ha sucedido, y está siempre, incluso cuando estoy distraído.
Davide, Imola