«Con más riesgo, pero más serena»

Una enfermedad rara le lleva a estar gravemente inmunodeprimida. La indicación es clara: estar encerrada en casa. Pero las precauciones no bastan para vencer el miedo

Acabamos de cumplir el primer mes de reclusión, los cinco en casa. Tengo 33 años, desde hace casi 14 convivo con una patología rara que me hace estar gravemente inmunodeprimida. Para complicarlo todo un poco más, hay que añadir que un componente de mi patología implica frecuentes crisis pulmonares. Para mí, era muy importante especificar el punto de partida para que entendáis el nivel de tensión y miedo que me invadió desde que empezó todo esto. Desde el principio, un amigo médico, situado en el peor sitio de Lombardía (Bérgamo), me dio una indicación muy clara: tienes que encerrarte en casa y evitar al máximo cualquier contacto. En ese momento comprendí que se me pedía sencillamente seguir. Tengo tres hijos pequeños y la idea de la cuarentena me preocupaba mucho, además mi marido tenía que renunciar a ir a trabajar.

El escenario que se presentaba no era idílico precisamente, y se complicó durante unos días que he estado con fiebre y las fuerzas diezmadas. ¿Tendré el virus? Fui al hospital y viví una Gracia que me cambió por completo. Me hizo las pruebas una doctora ataviada con su traje de protección que me miró a mis ojos horrorizados y me dijo: «Tranquila, yo estoy aquí, y si el resultado fuera positivo tendrás que quedarte conmigo».

Quedarme allí significaba aislada y lejos de mi familia. Sentí que me derrumbaba. Entonces pensé: si Jesús me ha sostenido siempre, en todos los obstáculos que he tenido que afrontar en mi vida, si me ha dado fuerzas para vivir situaciones durísimas, ¿crees que ahora te va a dejar sola? ¿Crees que no encontrará la forma de cuidar de tu familia? Y dije: «Señor, sufro, tengo miedo, pero me fío de ti, te necesito».

Salí del hospital con la indicación de entrar en cuarentena absoluta, sentía como si me llevaran en brazos. El resultado fue negativo, pero la situación general se agravaba cada vez más. No me pesaba tanto tener que quedarme en casa, estoy acostumbrada por mi enfermedad, sino tener que depender aún más, pues ni siquiera puede salir nadie a hacer la compra para no correr el riesgo de traer algún virus a casa, y sobre todo saber que formo parte de este grupo de población que ahora se define como especialmente débil y vulnerable.

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Esa noche, cuando mis hijos se iban a dormir, pensaba que estoy haciendo todo lo posible por no caer enferma, estoy cumpliendo todas las reglas, pero hay un pero: mi corazón no descansa, no está tranquilo si me paso la jornada pensando en las medidas cautelares necesarias, pendiente de si el antibiótico experimental funciona o la vacuna avanza o no. En medio de toda esta situación dramática, solo me alegra la certeza de una promesa de bien. Estamos pasando un calvario, estamos recorriendo los pasos de Jesús, este sacrificio supondrá una cruz, pero seremos testigos de la resurrección. Ofrezco todo mi cansancio, mi miedo, mi dolor físico por los difuntos, por sus familias y por los médicos, como hizo Jesús, que ofreció su sacrificio por nosotros, por nuestra libertad. La verdadera cuestión ahora es: «¿Pero tú me amas?». Y yo, muy sencillamente, le respondo que me fío de Él y que le necesito.
Carta firmada