«Si no fuera por Cristo, yo saldría corriendo»

Una enfermera del Policlínico de Milán, joven e inexperta, en cuestión de horas se ve inmersa en una nueva unidad de cuidados intensivos para enfermos de coronavirus. El miedo la vence pero después del primer turno, algo sucede…

Trabajo como enfermera en cuidados intensivos en el Policlínico de Milán. Ya llevo casi tres semanas trabajando en varias plantas creadas para acoger casos de coronavirus.
Desde el viernes que empezaron a conocerse los primeros casos, mi hospital comenzó a preparase para acoger a estos pacientes sin saber lo que iba a pasar y el lunes llegó el primer paciente.

Por el cambio de turno de una compañera, el lunes por la mañana fui a la unidad Covid de cuidados intensivos. Confiaba en que, joven e inexperta, no me dejarían allí, pero ya no salí. Durante aquel primer turno, me venció el miedo. Estaba totalmente perdida, todo me parecía surrealista y exagerado. En un día la planta se llenó y nos vimos obligados a garantizar una asistencia bastante compleja a enfermos graves con poco personal. Después de tres turnos consecutivos, salí de allí vencida por el cansancio y la queja, con el corazón en un puño y sin saber dónde íbamos a llegar y qué estaba pasando.

Me encontré con la jefa de planta en el desayuno y le vomité encima todo mi malestar. Entonces pasó algo. Después de tres días de rabia, me di cuenta de que ella también estaba haciendo todo lo que podía. A pesar de que estaba muerta de cansancio, no podía irme a casa a descansar. Me quedé allí, escribiendo propuestas para intentar reorganizar el trabajo. Al rato, llegó también la jefa de área y pasó lo mismo. Vi que ella también estaba dándolo todo, llevaba días sin dormir y nos pusimos a trabajar juntas para intentar poner las cosas un poco en orden.

La queja que me había invadido había anegado mi capacidad de juicio. Ahora, en cambio, ponía todas mis energías en intentar mejorar la situación con quien tenía al lado. Después de tres días en que el pensamiento dominante era “no quiero estar aquí”, empecé a decir “sí” a lo que estaba pasando. Con la jefa de área ha nacido un vínculo precioso y estos días me llama de vez en cuando para saber cómo estoy, me da las gracias, me pregunta cómo llevo el trabajo.

Con otros compañeros también está surgiendo algo nuevo. Muchos de ellos siguen quejándose a menudo por la situación (y con razón), pero lo que vence es que estamos juntos. No sabría cómo explicarlo, tal vez, simplemente nos estamos haciendo más amigos. Con algunos de ellos he tenido la libertad de mandarles el artículo de Carrón, porque me parece escrito expresamente para nosotros. ¡Vivir la realidad como una ocasión!

Desde la semana pasada hemos abierto también una sección “sub-intensiva”, con pacientes no intubados. Un día me encontré con una mujer, Anna, que me pidió que le consiguiera su cargador. Lo primero que pensé fue: «¡Esta no ve lo que pasa! No doy abasto para atender a los seis pacientes que tengo asignados y me pide el cargador...». Aun así, me puse a rebuscar entre sus cosas, donde encontré un zumo. Se lo di y se puso tan contenta como si fuera una niña. A partir de ese momento empezó a llamarme por mi nombre. Yo también me alegré porque un zumo vino a rescatarme y a ablandar mi corazón de piedra. Espero poder volver pronto a esa unidad, le llevaré a Anna algún otro zumo y un libro para leer…

Sin duda, preferiría no tener que trabajar en esta situación y habría preferido haber podido elegir trabajar con enfermos de Covid en vez de verme obligada a ello. Me gustarían tantas otras cosas… Pero mi corazón, tan necesitado de todo como estas semanas, no lo cambiaría por nada del mundo. ¡Saboreo las cosas de un modo nuevo! Amar todas las cosas con esta distancia dentro (los pacientes, las quejas, los amigos que echo de menos, las cosas bonitas que me gustaría hacer…). Solo reconociéndome amada, descubro que puedo afrontar esta situación con alegría. Solo con Cristo, una situación así puede convertirse en ocasión. Si no fuera por Él, yo saldría corriendo.
Carta firmada