«Lo que da paz a mi corazón»

Un joven médico con sus preguntas y sus miedos. El estupor que te arranca de la nada, el deseo de hacer silencio… y la necesidad de ser “reenganchado” de vez en cuando

Soy médico y llevo casi un año trabajando en un hospital. Estos días, frente a todo lo que está pasando, ha surgido en mí esta pregunta: «Señor, ¿qué me estás pidiendo?».

Esta situación ha vuelto a ponerme delante de Él, ha despertado una infinita necesidad de Él, de sorprender su presencia en mi vida. Me doy cuenta de la necesidad que tengo desde primera hora de la mañana y al terminar la jornada laboral hago un rato de silencio para acoger todo lo que pasa. Dice Hannah Arendt que «una crisis nos obliga a volver a las preguntas», y eso es lo que me está pasando este tiempo tan marcado por la pandemia. Hay dos hechos que me han llamado especialmente la atención.

Dos amigos que se casaron hace un par de sábados, al salir de la misa les pude acompañar mientras se hacían fotos en un pequeño parque al lado de la iglesia. Los pocos que pasaban por allí los miraban con estupor. Me reconocí en ese estupor que nace cuando estás delante de algo grande, que te arranca de lo que estás haciendo. En este tiempo, donde reina el caos, Cristo presente en su unión, caminando por el parque, se mostraba a través de sus rostros.

En mi planta está ingresado desde hace veinte días un hombre de 69 años que llevaba ya dos meses en el hospital. Desde el primer día me decía: «Doctor, quiero irme a casa, ¿dónde tengo que firmar? No quiero seguir aquí». Me lo repetía todos los días, a veces enfadado, gritando y amenazándome. Poco a poco le he tomado afecto. De vez en cuando charlamos un poco. Un día tenía que hacerse una prueba especial y le acompañé a la sala preoperatoria y me quedé allí con él. Desde ese día, me he dado cuenta de que ha cambiado, ha dejado gruñir tanto. Incluso he llegado a percibir en él una cierta alegría inexplicable. Luego tuve que hablar con su mujer, y me dijo: «¿Sabe una cosa, doctor? Cuando usted está, mi marido se siente más seguro». Entonces sentí el vértigo de saberme utilizado por Otro para cambiar el corazón de aquel hombre.

Cuento un segundo hecho porque cuando Carrón dice: «Porque el enemigo contra el que nos vemos combatiendo no es el coronavirus, sino el miedo», yo me pregunto: «¿Dónde se encarna en mi vida este miedo, dónde experimento este miedo?». Me doy cuenta de que en este tiempo me descubro con cierta ansiedad ante estas personas a las que atiendo, sobre todo los más ancianos, porque son los últimos, los más frágiles en salud y en alma, y están solos. Pero delante del miedo que siento estos días, por este hombre en concreto, porque se pueda contagiar, siempre irrumpe la presencia de Cristo preguntándome: «¿Pero no te das cuenta? He hecho que vuestras vidas se encontraran para devolverle a él la alegría y a ti la certeza de que yo estoy siempre, que soy yo lo que vuestro corazón necesita y lo que le da paz».

LEE TAMBIÉN – «Me rindo a la gratitud»

Si el otro día no hubiera recibido el mail de la Escuela de comunidad que me recordaba el artículo de Carrón, que ya tenía archivado, no me habría dado cuenta de todas estas cosas. También en esto reconozco el hecho de que mi persona necesita verdaderamente ser conquistada, “reenganchada”, atraída, implicada en la carne de Cristo, en su Presencia, dentro de esta compañía que tantas veces esquivo para ir a lo mío.
Carlo, Milán