Puede ofrecerse todo, aparte de las oraciones

Su marido atendiendo a enfermos de coronavirus y ella en casa con sus hijos y “las tareas de siempre”: limpiar, fregar, cocinar… preguntándose: «¿Cuál es mi utilidad en este momento?»

Soy madre y trabajo en el hospital, aunque ahora estoy en casa cuidando de mis hijos. Mi marido, anestesista, ha empezado a trabajar en cuidados intensivos con enfermos afectados por el coronavirus y esta situación me tiene preocupada todo el día. Pero él vuelve a casa contento, y no porque la situación no sea dramática y delicada sino porque está respondiendo a lo que la realidad pide. Por eso he empezado a preguntarme: pero yo, en cambio, ¿cómo puedo ser útil para el mundo, para mis amigos, para estar delante de lo que está pasando, transcurriendo mis jornadas encerrada en casa con los niños, que no me dejan ni un instante de tregua? ¿Cuál es mi tarea ahora?

Entonces he recordado un fragmento del libro de Bruce Marshall A cada uno un denario. «Una persona solo podía ser ciclista o futbolista pedaleando una bicicleta o pateando una pelota, pero podía ser santa haciendo toda clase de cosas no santas, con santa intención. Podían ofrecerse para mayor gloria de Dios toda clase de cosas, aparte de las oraciones. Podía ofrecerse a Dios del pozo que se cavaba en la tierra, o la altura que se escalaba, o la forma de llevar un bonito vestido, porque si orar era trabajar, también trabajar era orar».

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Mi utilidad en esta circunstancia tan difícil no consiste en pensar que me gustaría estar en otra parte sino en ofrecer lo que hago durante mi jornada por los que están enfermos, por mi marido, por los que trabajan en el hospital, y todo adquiere un sabor nuevo, inimaginable en la dramática situación que se nos pide vivir. Las cosas de siempre como limpiar, fregar, cocinar, estar con los niños, que tantas veces he hecho de mala gana, ahora son mucho más valiosas que antes, al hacerlas pensando en aquellos a los que les encantaría poder hacerlo pero no pueden porque no están bien. La queja se ve vencida por la conciencia que tengo ahora, no antes o después sino ahora, cuando estoy llamada a esto concretamente. No puedo desligar esta nueva conciencia de mí misma del encuentro que he tenido, «por su propia naturaleza totalizador, [que] se convierte con el tiempo en la forma que adquieren todas mis relaciones, la forma verdadera en que miro la naturaleza, en que me miro a mí mismo, a los demás, todas las cosas», como nos señala Julián Carrón en la carta a la Fraternidad. Ahora, la compañía “virtual” de mi fraternidad es ese reclamo a «vivir intensamente lo real».
Roberta, Monza