«Aquí si no ves a Jesús es porque no quieres»

Ingresado por coronavirus con insuficiencia respiratorio, pero los ojos abiertos de par en par, descubriendo multitud de signos de Su presencia. «No estoy contento por haber enfermado, pero doy gracias por lo que estoy aprendiendo»

La palabra es un don que estos días puedo usar muy poco, porque necesito ahorrar fuerzas. Por eso escribo, para compartir lo que desde el pasado viernes estamos viviendo mi familia y yo. La separación al llegar a urgencias fue mi primera gran dificultad. Estar lejos de mi mujer, que me cuidó durante tres días, no ver a mis hijos, alejados por prevención, y luego el impacto con el sufrimiento más duro, de quien sabe que combate contra algo que no conoce del todo. Los ingresos son continuos, con diversos grados de gravedad.

Y ahí, en medio de la gente, empiezas a preguntarte si realmente saldrás de esta. Al principio intentas ser racional. «Sí, mi edad está un poco por encima de la media pero tengo buena salud, aparte de un ligero asma pillada a tiempo...». Pero las certezas racionales pronto empiezan a desmoronarse. ¿Y entonces? Esperas, te desesperas y, si te queda un poco de disponibilidad, empiezas a estar atento a los signos. Como tu mujer, que te escribe: «Estoy rezando como una loca. Hazlo tú también». Entonces vuelve a empezar y, aunque físicamente no cambia nada aparentemente, te das cuenta de que nuestro gran pecado es dar por descontado la vida. Y entonces empiezas a ver las cosas. He empezado a sorprenderme de pequeños detalles, como la ambulancia nueva que me trajo hasta aquí. Pero también de cosas más grandes: mi mujer, que vive todo esto con una certeza que la convierte en un signo aún más potente de Su presencia. La certeza de quien sabe que las cosas que se nos confían son tramos de camino, tanto personal como comunional, en pareja y en comunidad (a la que nunca he sentido tan cerca a pesar de no poder ver a nadie).

Estoy viviendo la experiencia de darme cuenta de que nada es obvio, y está siendo una auténtica lección educativa. Estos días, respirar me supone un esfuerzo, pasar de la cama al baño, a dos metros, sin marearme por falta de aire, es una ardua empresa. Cuando consigo hacerlo sin demasiadas dificultades, me siento victorioso. En este lugar solo es difícil encontrar a Jesús si no lo quieres ver. Desde las miradas de los demás pacientes hasta la de los que te atienden en cada detalle. Como un enfermero que a las tres de la madrugada estuvo media hora conmigo en busca de la mejor manera de colocar un cojín detrás de mi espalda. No estoy nada contento por haber enfermado, pero doy gracias por cómo el Señor me está haciendo afrontar, milagrosamente, esta circunstancia.
Carta firmada